Pregunta: Origen de la expresión mamar gallo. Darío Diago A., B/quilla.
R.: Mamar gallo es tomar el pelo, hacer chistes, no actuar o dejar pasar el tiempo. Sobre el origen de este colombianismo hay dos teorías muy mentadas. La primera la sostiene incluso el lingüista Mario Alario Di Filippo, quien dice que “procede de la costumbre que tienen los galleros de reanimar al animal en la riña chupándole la sangre que mana de las heridas…”. Esta versión no parece creíble, pues desconoce el sentido de vacilón, de chiste, de quemar tiempo que tiene la expresión, además de que quien chupa las heridas a un gallo no está bromeando o malgastando tiempo, sino muy estresado con su animal herido. La segunda afirma que gallo alude a los genitales femeninos, en concreto a lo que el habla popular conoce como pirigallo o gallito, es decir, el clítoris. Según esto, mamar gallo equivaldría a sexo oral –o cunnilingus–, acción de la que hoy se habla con naturalidad, pero que quizá cuando la expresión nació era vista con reservas al juzgarse que el hombre que la hacía presentaba alguna disfunción que solo le permitía amar a una mujer “jugueteando” y no actuando…
P.: En la Novena de Navidad se oyen palabras como “amasteis, disteis, Vos…”. ¿Por qué no usar “amaste, diste, Tú…”? Héctor Iglesias, B/quilla.
R.: El rezo de la Novena es una costumbre de Colombia, Ecuador y Venezuela. Su letra, que data de 1743 y fue escrita por el cura quiteño fray Fernando de Jesús Larrea, conserva el mismo lenguaje arcaico de sus inicios, aunque hoy ya se han escrito algunas con letras más modernas. Las conjugaciones a las que usted se refiere corresponden a un tratamiento respetuoso en la época. A Dios se le decía “Vos”, pero era un “Vos” de veneración, honra y sumisión, que equivale al Thou inglés para dirigirse a quien encarna la majestad o la máxima autoridad.
P.: En el gobierno de Turbay Ayala se promulgó una ley que sanciona a quien escriba mal el castellano. ¿Todavía existe y ha tenido aplicación? Alberto Lamadrid, B/quilla.
R.: Esa ley no ha tenido aplicación porque nunca ha existido. Si un precepto de esa naturaleza existiera, por concordancia se extendería al lenguaje hablado, y entonces habría que sancionar también a quienes construyen mal las frases o a quienes pronuncian con ciertas peculiaridades. El Estado no puede obligar a escribir bien a quien ese mismo Estado no ha educado lo suficiente, tal como era su obligación según la Constitución de 1886, vigente durante el gobierno de Turbay, o según la actual, que señala que “corresponde al Estado regular y ejercer la suprema inspección y vigilancia de la educación con el fin de velar por su calidad…”. Si la mala escritura fuera considerada una infracción, eso podría equipararse a la opresión que sobre las lenguas minoritarias de España ejerció Franco, quien para controlar el país y asegurar una supuesta unidad impuso el empleo exclusivo del castellano, la lengua mayoritaria, con lo cual desconoció la diversidad regional de España.
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