Por más que trato de no leer periódicos o no ver noticieros de televisión o evitar entrar en discusiones con los amigos para no enterarme de lo que sucede en el país, porque es “más de lo mismo todos los días”, no puede uno dejar de hacerse preguntas así sea en la soledad de cada pensamiento, todas relacionadas con el asunto de la paz, sobre todo porque nos quedamos en un limbo que ha sido creado por los mismos que se disputan el privilegio de la paz, como si fuera algo que les incumbe únicamente a los políticos o dirigentes de este país.

Inicio mi propio análisis con el conocimiento general sobre los tipos de paz que hay, porque, a lo mejor, encuentro alguna respuesta de por qué estamos en este punto. Básicamente son dos: la paz positiva y la paz negativa. Suena extraño, pero así se conocen. En la paz negativa el énfasis es puesto en la ausencia de guerra, de violencia directa, lo cual presupone un aparato militar del Estado que sea capaz de garantizar el orden. Esta paz negativa podría ser considerada una etapa inicial en un proceso de pacificación en un país, y hasta tiene sus argumentos a favor, pero tiene una situación de fondo muy cuestionable, porque en ella no hay educación para la paz sino control, lo cual la hace vulnerable porque puede pasar cualquier cosa.

En la paz positiva cambian las cosas, en el sentido de encontrar un nivel muy reducido de violencia directa y un nivel muy alto de justicia económica, social, política, para crear un ambiente de armonía individual y colectiva que sea capaz de eliminar del todo la violencia estructural, aquella que es generada, precisamente, por las estructuras del poder.

En la paz positiva se acepta el conflicto como parte natural del acontecer de los pueblos, y se procura una solución pacífica. De tal manera que, así sea de Perogrullo repetirlo, la paz no es la ausencia de guerra sino la ausencia de la violencia estructural que produce desigualdad, pobreza, racismo, xenofobia, militarismo.

Si no comprendemos esas diferencias vamos directo por el despeñadero hacia el metaconflicto, es decir, la violencia, donde se daña todo y empieza la famosa deshumanización. Conflicto nunca es sinónimo de violencia, pero se llega hasta ese punto porque para comprenderlo en su naturaleza íntima hay que subirlo de nivel, teorizarlo, sistematizarlo, para devolverlo a los actores del conflicto y a la población general en forma de modelos y conceptos que todos puedan entender, asimilar y desarrollar para poder construir la paz positiva.

Ahí es donde se da la lluvia de dudas y preguntas, empezando por el repaso de aquello que debió hacerse por parte del Estado y de la población para ubicarnos en un determinado tipo de paz. La primera conclusión asusta y no dan ganas de seguir en el análisis: ¡no estamos ni en la paz negativa!

Respetado lector, ¿a qué tipo de paz cree usted que está aspirando?

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