Hace casi veinte años conocí a Natalia París. Fue un encuentro fugaz en un espacio de trabajo común. Hablamos de temas sin importancia mientras esperábamos en una sala de recibo. Recuerdo su cordialidad, su voluntad –un tanto exagerada– de no parecer arrogante y un desenfado que parecía no corresponder con esa imagen de diva aniñada que de alguna manera, obviamente con su contribución constante, todos tenemos de ella.

Recuerdo también su sorprendente belleza, sobrecogedora, muy superior a las imágenes de las revistas, los anuncios y los comerciales de televisión. En contra de toda mi experiencia, Natalia se veía aún más perfecta en persona y sin maquillaje que en las láminas retocadas de la publicidad.

Por esos días ya era común el chiste público sobre la supuesta torpeza mental de la modelo más famosa de Colombia, sobre su nunca confirmada pero graciosa falta de inteligencia. Al parecer, no solo en Colombia sino en todas partes, una mujer hermosa que decide usar su belleza como una herramienta de trabajo está condenada al juicio público por los cargos de “brutalidad aguda incurable”.

Ese estigma pesa hasta hoy sobre la persona de Natalia París, y han resurgido las bromas sobre su conjeturada discapacidad intelectual, luego de una entrevista que hace un par de días le concedió a La W, en la que la periodista Vicky Dávila le hizo algunas preguntas sobre política.

La modelo respondió sin titubeos lo que piensa: que Álvaro Uribe ha sido el mejor presidente de Colombia; que si gana Petro nos vamos a volver como Venezuela; que Vargas Lleras sería otro Santos; que Fajardo es muy guapo. Es decir, dijo lo que millones de personas en Colombia repiten todos los días en todos los escenarios posibles. Esas son las ideas de un significativo sector de nuestra sociedad, de este país disparatado y elemental. Es más, lo que piensa Natalia sobre nuestro acontecer político no solo coincide con la opinión de un sinnúmero de ciudadanos del común, sino que corresponde, con minuciosa exactitud, a lo que a diario expresan muchos columnistas de prensa, analistas, parlamentarios y candidatos a la presidencia.

De manera que los chascarrillos acerca de la poca autoridad que puede tener una mujer que ejerce el oficio del modelaje para hablar de temas tan “serios” y “profundos”, son más estúpidos que la estupidez que le achacan al objeto de sus burlas.

Esta costumbre nuestra del matoneo no nos permite ver que quienes se atreven a acusar de algo a alguien, valiéndose de prejuicios tan básicos como que la opinión política de una mujer bonita es ilegítima, son tan o aún más mediocres que el matoneado.

Natalia París tiene unas convicciones políticas con las cuales no estoy de acuerdo, pero que comparte con millones de personas que piensan como ella. El hecho de tenerlas no implica una descalificación pública de su pensamiento –por más absurdo que nos pueda parecer– justificada en lo bien que se ve. Menos aún si los atacantes se ven tan regular.

Jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio