Ecuador acaba de realizar una consulta ciudadana que en la práctica se convirtió en un mano a mano entre el presidente Lenín Moreno y su antecesor Rafael Correa. Los dos eran hasta hace menos de un año grandes aliados y hoy los peores enemigos, ratificando con ello que política y lealtad son términos contradictorios.
El resultado de la consulta ecuatoriana deja algunas lecciones. Una puede ser que América Latina ya no mira para un solo lado, el de la corriente de los gobiernos populistas y caudillistas, de izquierda o de derecha, y más bien le apuesta a líderes amigos de los consensos y no de los disensos que es el camino elegido en ese país por su sucesor Lenín Moreno.
La otra lección que deja el resultado de la consulta popular en el vecino país es que no es lo mismo tener popularidad que tener el poder. No de otra manera se explica que Rafael Correa que triunfó en tres elecciones presidenciales seguidas (2006, 2009 y 2013), y en cuatro procesos de consulta popular y un referéndum haya terminado chiflado y derrotado, así él quiera presentar ese revés como un triunfo.
Los ecuatorianos fueron convocados a una consulta en las que dos preguntas eran de vital interés para Correa, que regresó al país a liderar el No: la reestructuración del Consejo de Participación Ciudadana (Sí, 63,17%) y la eliminación de la reelección indefinida (Si, 64,34%), que habría permitido una cuarta postulación de Correa a la presidencia en 2021 como era su intención. El Consejo es clave porque es una especie de superorganismo que decide la designación de las autoridades ecuatorianas de alto rango, y donde el correísmo tiene poder.
El resultado de la consulta también hay que verlo en su contexto. Moreno llegó al poder en mayo de 2017, y ya en junio se estaba distanciando de Correa. De inmediato, por decreto, retiró todas las funciones del vicepresidente Jorge Glas, un día después de que lo acusara de manipular las cifras económicas del gobierno de Correa y de que criticara el diálogo con la oposición. Glas tiene hoy una condena de seis años por los sobornos de Odebrecht. Esto hizo que las diferencias de Correa con Moreno se ahondaran más.
Entonces, es claro que el presidente Moreno aprovechó su luna de miel para buscar el desmonte del correísmo del poder y de algunas de sus medidas como la derogatoria de la Ley de Plusvalía. Y encontró el terreno abonado en importantes sectores como los empresariales, los medios de comunicación y la izquierda, que fueron perseguidos por Correa, para impulsar el Sí.
En Ecuador aún no se ponen de acuerdo sobre ganadores y perdedores. A primera vista el gran ganador lo es Moreno por el resultado de la votación y porque le cierra el camino a su más duro opositor. Desde la otra orilla, lo ven como un triunfo que más que del presidente es de los sectores adversos a Correa que se unieron con el gobierno para pasarle una fuerte cuenta de cobro.
Pero Correa reclama un triunfo porque el 36% del No lo logró sin partido, en una campaña relámpago y enfrentando condiciones adversas como el cerco mediático y enfrentado en forma desproporcionada -40 a 4– a las organizaciones y partidos que promovieron el Sí. Por las experiencias en nuestra región es claro que un expresidente no se jubila en política y Correa sabe que es más cómodo recuperar terreno desde la oposición que desde el poder.
*Rector Universidad Autónoma del Caribe, MPA, MSc