Intelectuales de la estatura de Adolfo Meisel Roca han venido insistiendo en que la Región Caribe necesita fortalecer su liderazgo político en el plano nacional y han llamado la atención en torno a un tema cardinal: hace más de un siglo un costeño no ocupa la Presidencia de la República. Esta variable ha influido en que el Caribe sea una de las regiones con mayor pobreza e informalidad. Tenemos –a estas alturas del siglo XXI– más de 700.000 personas sumidas en el analfabetismo.

En diciembre de 2010, Antonio Hernández Gamarra, exministro y excontralor sucreño, publicó el texto ‘Agenda Caribe: propósito colectivo’ en el que dijo: “El producto interno bruto per cápita de la Región Caribe ha crecido en los últimos 30 años a un ritmo superior al del resto de las regiones del país” y “por lo tanto se ha reducido la brecha entre el PIB per cápita regional y nacional”. También advirtió: “Si las tasas de crecimiento se mantuvieran con la disparidad favorable al Caribe que han tenido en los últimos tiempos, se necesitarían más de 170 años para que la región alcance la producción promedio que tiene Colombia”. ¡Oigan bien: 170 años! Así de atrasados estamos.

Esto lo corrobora el Centro de Estudios Económicos Regionales del Banco de la República en el documento ‘Evolución socio-económica de la Región Caribe colombiana entre 1997 y 2017’. La tasa de crecimiento real anual del PIB de la Costa entre 1996 y 2016 fue de 3,7% y la del resto del país estuvo en el 3,4%. Es una ventaja que, aunque se mantuviese, no bastaría para equipararnos –en el corto y mediano plazo– con la parte más avanzada de Colombia. Miradas las cifras por Departamento, en el periodo 1996- 2016, resulta claro que los que jalonan son Atlántico y Bolívar, correspondiendo el mayor peso en ese crecimiento a las exportaciones de hidrocarburos y minerales, a lo que hay que sumar el despunte del turismo, en especial en Cartagena y Santa Marta.

Un factor obstructor del crecimiento de la Costa es el latifundio, que es una de las mayores afrentas a la equidad. Es un problema nacional no resuelto por la vía de una reforma democrático-burguesa. Otros países lo resolvieron hace mucho tiempo. Por eso, mientras 34 millones de hectáreas están dedicadas a la ganadería, a la agricultura solo destinamos 8 millones. El reto es revertir esta antieconómica realidad. Con 22 millones de hectáreas consagradas a la producción de alimentos superaríamos el hambre y seríamos una potencia agrícola exportadora.

Convendría al crecimiento económico de la Costa que el próximo Presidente dialogara y concertara –dentro de la Constitución y la Ley– con el poder latifundista para que la tierra en Colombia deje de ser la peor distribuida de América Latina y un deplorable modelo de improductividad. Es un rezago feudal que debemos superar en aras de un superior desarrollo capitalista.

@HoracioBrieva