Recientemente el amigo de muchos años y señor en toda la extensión de la palabra, Hernando Celedón Manotas nos soltó esta frase que muchas personas antes, en las calles o reuniones, también nos habían expuesto: “Tú que tienes una columna en EL HERALDO, ¿por qué no escribes sobre ese tormento moderno que en las calles que hoy día significan los muchachos en bicicletas que reparten domicilios?”.

Realmente lo moderno que va apareciendo al principio en forma primitiva, como es nuestro caso, y después actualizando sus procedimientos siempre trae traumas sociales. Distinguidos columnistas en estas mismas páginas últimamente y en otras ciudades capitales de Colombia también se han referido al tema como un fenómeno sin control, nacido casi al vaivén de los amontonamientos y la celeridad de la vida moderna, que atiborrada de todo busca desesperada la salida más cómoda hasta para tener comida y artículos de primera necesidad en la puerta de su casa.

Pero el asunto se salió de un contexto lógico, prudente, laboralmente favorable. Los cientos de jóvenes en bicicletas muy destruidas recorren la ciudad llevando toda clase de mercancías o articules menores en domicilios donde son solicitados. Pero no de cualquier manera: se han convertido –como dice con razón el doctor Celedón– en peligroso dolor de cabeza para los conductores de toda clase de vehículos (particulares, públicos, grandes o pequeños, buses, camiones de descarga, –que también se convierten en otro tremendo propiciador de trancones– motos, carretillas, carros de mula, etcétera). Estos muchachos parecen desconocer absolutamente las más elementales normas de tránsito y se atraviesan peligrosamente a todo vehículo.

Además, casi siempre transitan en contravía, o por los andenes, o entre uno y otro auto o bus en formas de zigzag, sin llevar un casco, una placa identificadora, ni señal de existencia, un espejo retrovisor. Y cuando uno los increpa de buenas maneras –porque evitó con susto atropellarles– le contestan a uno: “¿Acaso me estoy metiendo con usted?”.

Todos sabemos en la ciudad, peatones o conductores, que uno de dos grandes dolores de cabeza de las autoridades es la movilidad, su organización, su atiborramiento, esas congestiones que cada día serán mayores, esa forma absurda e irresponsable de conducir, esa agresividad al volante, ese egoísmo petulante de “yo soy primero”, ese detener el tráfico de buses en la propia esquina doblando, en fin, estamos padeciendo lo peor. Las autoridades hacen lo posible y los orientadores ayudan mucho. Aquí los hemos aplaudido. Pero la ignorancia y la falta de cultura ciudadana no permiten un avance.

Si a todo esto se suma la falta de nuevas vías que no aparecen por ninguna parte porque la ciudad se planificó cono un embudo y no tiene espacios para crearlas dentro de su perímetro actual, y además ahora últimamente le agregamos la indisciplina y desorden de los distribuidores a domicilio, francamente no sabemos a dónde vamos a llegar. Pero las autoridades sí deberían por lo meros inmediatamente empezar a ejercer un control igual que con las motocicletas sobre estás bicicletas locas y arrogantes que parecen anunciar ya varios accidentes y víctimas.