Vivimos tiempos de alta volatilidad. Ello se refleja no solo en las bolsas mundiales sino también en los recientes desarrollos geopolíticos. Hace poco, las dos Coreas estaban al borde de la guerra –o eso parecía– y hoy desfilan juntas en los Juegos Olímpicos de Invierno en Pyeongchang. Obviamente, un importante elemento distorsionador en todo esto es Donald Trump, quien parece haberse propuesto poner patas arriba el orden y las convenciones diplomáticas en el planeta. Antes de su llegada a la Casa Blanca, el mundo occidental debatía sobre la conveniencia y los riesgos del libre comercio. En Europa –y en menor medida en Estados Unidos– hubo protestas masivas contra el llamado TTIP, un nuevo acuerdo comercial entre estos dos bloques para liberalizar aún más los mercados. Estos días, sin embargo, se habla del peligro de una inminente guerra comercial entre Washington y sus socios, una vuelta al pasado proteccionista.

En defensa de su lema “America First”, el presidente Trump ha tomado una serie de controvertidas medidas y ha anunciado otras potencialmente incluso peores. En Europa preocupa el efecto de la rebaja fiscal para las empresas, lo que puede conllevar la deslocalización de inversiones y puestos de trabajo a EEUU.

Corea del Sur, la fiel aliada de los norteamericanos ante la amenaza nuclear de su vecino del norte, acaba de denunciar ante la Organización Mundial del Comercio los nuevos aranceles de EEUU para el acero. Por su parte, China ha amenazado con represalias por este arancel, dirigido contra sus fabricantes. Washington quiere ampliar estas medidas proteccionistas también contra empresas europeas por motivos de “seguridad nacional”.

La Unión Europea teme que, más allá del acero, EEUU pueda levantar aranceles para otros productos. En noviembre pasado, Washington ya impuso un tributo especial para las aceitunas españolas por “competencia desleal”. Por este motivo, en Bruselas ya preparan la artillería de defensa. La Comisión Europea está ultimando nuevos aranceles para productos estadounidenses, como naranjas y zumo de California, tomates o patatas.

Según informaron algunos medios europeos estos días, también se pretende castigar la importación de las famosas Harley Davidson y del whisky estadounidense. El plan de los europeos tiene tintes maquiavélicos: las motos se producen en Wisconsin, y el bourbon, en Tennessee y Kentucky, todos ellos distritos electorales muy importantes para Trump y algunos de sus colaboradores. Los trabajadores de estos tres estados deberían pagar por la política equivocada del presidente.

Estas maniobras muestran lo absurdo que es a menudo la política comercial. En Europa tenemos naranjas, tomates y patatas de sobra, y no es necesario competir con EEUU. Para los amantes de la Harley o del bourbon, sin embargo, no es lo mismo comprarse una BMW o un whisky escocés. Entre la apertura total de los mercados y las medidas proteccionistas basadas en criterios puramente políticos debería existir un camino intermedio.

@thiloschafer