¿Es posible comparar las formas de violencia juvenil que se producen en Estados Unidos con las que vemos a diario entre nuestros jóvenes? Suenan incompatibles de entrada, pero sí tienen puntos en común que fuerzan un análisis.

Ha sido una verdad histórica el desarrollo de cierto tipo de asesinatos colectivos que suceden en el país del norte, la mayoría relacionados con personas que sufrían de trastorno de estrés postraumático producto de las guerras en las que ha participado Estados Unidos. Se sabe porque se han estudiado estos comportamientos para entender las causas que los producen, y la guerra es una de ellas. Estar en el campo de batalla dispuesto a matar a otra persona o ser, por el contrario, asesinado, cambia la estructura mental de una persona, no importa si proviene de un hogar mentalmente sano en el que ha recibido un tratamiento afectivo nutritivo, que es una base para desarrollarse de manera adecuada a nivel individual y en la sociedad.

La guerra en el campo abierto es un escenario patológico que provoca las más intensas emociones que van desde aquellas de la supervivencia personal hasta las que implican matar a otro para seguir vivo. Son los dos extremos de la vida que provocan un estado alterado de la mente en el que lo más primitivo de nuestros instintos sale a relucir.

Pero hay otros tipos de violencia provenientes de las superestructuras de la sociedad que son capaces de provocar el mismo nivel de emociones patológicas. Es la violencia educativa, política, religiosa, económica, de género, mediática. Solamente ampliando el panorama de esta violencia institucional podemos entender por qué jóvenes que no han combatido en una guerra directa sean capaces de provocar asesinatos en masa. Los últimos ejemplos de jóvenes norteamericanos participando en este tipo de actos son escalofriantes. Y no han ido a ninguna guerra.

En nuestro medio, los jóvenes no asisten a guerras regulares porque, por fortuna, nuestro país no se ve envuelto con frecuencia en ellas. Pero sí vivimos una guerra interna que no cesa, porque es entre nosotros mismos y se origina en un odio intestino que ha sido creado de manera perversa con el fin de llevar a un estado en el que no alcanzamos a entender lo que pasa, porque es un acto detrás de otro, que crea confusión y le conviene a unos pocos.

¿Cuál es el común denominador en los jóvenes de los dos países? Un proceso de descomposición social a todos los niveles que crea jóvenes descontextualizados, con dificultades para entender las normas sociales, con una distorsión total de los valores éticos y morales, con un problema bien serio con respecto a su capacidad para amar y sentirse amados, que empeora lo social.

Nuestros jóvenes no tienen la facilidad para adquirir armas oficiales, pero sí fabrican ‘hechizas’ con la misma capacidad destructiva. Ojalá no aprendan sobre los asesinatos en masa.

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