Me prometí a mí misma que en el 2018 no iba a hablar de política, que me iba a concentrar en escribir acerca de cosas que inspiraran, en vez de amargarle la vida a la gente. Sin embargo, así como rompí mi promesa de Año Nuevo de no comer tantos dulces, así mismo hoy me encuentro quebrantando lo que juré no volver a hacer.
La verdad sea dicha, los resultados de las encuestas me motivaron hoy a volver a escribir acerca de este tema que despierta tantas pasiones. Abrir un periódico o escuchar una noticia en la que figure Gustavo Petro como el posible futuro presidente de este país me parece preocupante y, por ende, siento que tengo que decir lo que pienso, con evidencias y no con sentimientos.
Quienes van a votar por él dicen que quieren a alguien distinto, alguien que cumpla lo que promete, alguien que no sea corrupto y alguien que realmente haga un cambio. Sin embargo, tal parece que muchos de estos que tanto predican no están muy enterados de lo que este grandioso orador –porque en eso sí que tiene un gran talento– ha ejecutado mal o, en su defecto, ha dejado de hacerlo.
Yo no tengo nada en contra de la izquierda. De hecho, considero que tiene propuestas buenas. Yo tengo un problema con aquellos que prometen y no cumplen, con los que utilizan estrategias y discursos populistas que solo sirven a corto plazo, pero, sobre todo, yo tengo un problema con aquellos que son excelentes candidatos, pero pésimos gobernantes.
Y eso es precisamente lo que es Gustavo Petro. Y a continuación les digo por qué. Prometió la construcción de 54 km de troncales nuevas de Transmilenio y la reconstrucción total de 28 km de las troncales Caracas y Autonorte, y ejecutó 0 km. Prometió construir 5 km de metro pesado, 44,1 de la red férrea o trenes de cercanías, y 7 km de cable aéreo, ejecutó el 48% de la longitud cable aéreo que prometió, 0 km de metro pesado y 0 km de tren de cercanías. Prometió aumentar la infraestructura para bicis, hacerle el mantenimiento al 100% de las ciclorrutas existentes, y construir tres ciclopuentes, y terminó construyendo el 38% de bicicarril e hizo mantenimiento a tan solo 30% de los ya existentes. Prometió la construcción de 1.000 jardines infantiles y finalmente entregó 60. Y, por si fuera poco, con su decisión populista de reducir los costos del pasaje de Transmilenio en ‘horas valle’, casi quiebra el sistema de transporte; la empresa Aguas de Bogotá fue puesta para hacer el aseo durante su gobierno (generando multas de hasta 50.000 millones de pesos), y de los 107 colegios que prometió no entregó ninguno.
No escribo esta columna para que voten ‘por el de Uribe’, o por ‘el o la de Pastrana’ o por ‘el que está en la mitad’, o, inclusive, no escribo esto para que voten por la derecha o por la izquierda, solo les digo que no escojan al que ya ha probado no ser la solución y, más bien, ser parte del problema.