Todavía hoy, 25 años después, ante las cámaras que registran su presencia en la audiencia en su contra en los juzgados de Paloquemao de Bogotá, el hombre ensaya la misma sonrisa con la que posó orgulloso junto a un cadáver como el líder del safari que cazó a la bestia en el tejado de una casa del barrio Los Olivos en la ciudad de Medellín. El coronel (r) de la Policía Hugo Aguilar Naranjo, quien hace unos días fue capturado por la Fiscalía acusado de lavado de activos y enriquecimiento ilícito, ha vivido los últimos años de su vida del recuerdo y la gloria de la tarde del 2 de diciembre de 1993 cuando le disparó con su pistola en la espalda a Pablo Escobar y le perforó el corazón.

Por mucho tiempo Aguilar fue el policía modelo, héroe, patriota que había arengado por radio ¡Viva Colombia, ha muerto Pablo Escobar!, cuando confirmó la muerte del capo antioqueño. Aguilar era un prototipo de esos que les gusta a los gringos porque encajan en sus gustos cinematográficos. En un país de cafres, de funcionarios corruptos y de autoridades sobornables y temerosas, él era un policía incorruptible que no sucumbió ante los millonarios ofrecimientos de Escobar y tenía los pantalones bien puestos para hacerle frente al mal que había encarnado en la figura del narcotraficante. Como si fuera poco, era capaz de ponerse a la altura de la verborrea criminal del mafioso: si Escobar lo amenazaba por teléfono con asesinarlo de la peor de las formas, él le respondía con el mismo tono y el mismo vocabulario.

Con su inconfundible bigote de latin lover trasnochado, Aguilar dio todas las entrevistas que quiso y salió en varios documentales. En uno de ellos, que nunca fue emitido, dijo, sonriente, que él se había quedado con la pistola de Pablo Escobar y que a cambio había dejado la suya al lado del cadáver. Reconoció, según dijo, que aquello era un acontecimiento histórico y quiso quedarse con ese recuerdo. El país hasta ahora se entera de ese detalle, pero de haberse sabido en su momento, nada hubiera pasado con Aguilar. Era un héroe nacional. Ya había pasado a la historia.

Pero Colombia es tan compleja que no hay heroicidad que no termine haciendo coqueteos con el delito. En el año 2009 –16 años después de la foto en el tejado–, luego de haber sido gobernador de Santander (2004-2007), Aguilar fue llevado a prisión por nexos con el paramilitarismo. Las investigaciones en su contra demostraron que buena parte de su patrimonio lo había adquirido a partir de sus relaciones criminales con el Bloque Central Bolívar de las Autodefensas. Solo estuvo un pequeño tiempo en la cárcel, hasta que su figura sonriente fue vista conduciendo un costoso vehículo Porsche por las calles de Bucaramanga, cuando antes había alegado que no tenía recursos sino para pagar módicas cuotas de $500.000 mensuales para cubrir la multa de $6.300 millones que le impuso la justicia como indemnización a las víctimas por sus actividades paramilitares.

Hace unos días se cumplió la indagatoria en su contra. Se le acusa de haber intentado legalizar y ocultar, a través de testaferros y familiares, recursos obtenidos por su relación con estructuras del desmovilizado bloque en mención. Mientras tanto él seguía ensayando en los juzgados la misma sonrisa de sus tiempos de héroe.