El pasado 22 de marzo fue el Día Mundial del Agua. Más que una celebración, es un llamado de atención para recordar la importancia de este recurso natural. Se debe proteger y preservar el agua. El problema es que “la deforestación no cesa, los ríos pierden su caudal, las lagunas y las ciénagas se secan; la agricultura, la industria y el consumo doméstico la ensucian; se destruyen los páramos y se derriten los glaciares”. Olvidamos que la vida sin agua es inexistente.

Según la Organización Mundial de la Salud, tres de cada diez personas en el mundo carecen de acceso al agua potable y seis de cada diez no poseen servicios de sanidad adecuados. Colombia es un país privilegiado porque es una de las potencias hídricas del mundo. Durante muchos años ocupó el sexto lugar entre los países con más agua, pero bajó al puesto 24. La valoración no es sólo un tema de abundancia, también influye la calidad y disponibilidad del recurso.

El Ideam, en su Estudio Nacional de Agua, dice que “cerca del 50 % de la población de la áreas urbanas municipales está expuesta a sufrir problemas de abastecimiento de agua a causa de las condiciones de disponibilidad, regulación y presión que existen sobre los sistemas hídricos que las atienden. Esta situación se hace aún más crítica cuando las condiciones son las de un año seco, período durante el cual esta cifra puede llegar hasta el 80 %. Si en el país no se toman medidas de conservación y manejo adecuadas, para el 2025 el 69 % de los colombianos podrían estar en riesgo alto de desabastecimiento en condiciones hidrológicas secas”.

A todo esto hay que sumarle lo poco que se protegen los ecosistemas. Y aparece el fracking, una técnica para la extracción de petróleo en lugares no convencionales. El agua que se utiliza para la fracturación hidráulica queda totalmente contaminada. Es agua que no puede tratarse nunca más, agua que muere. Esta técnica, a largo plazo, podría derivar en una catástrofe sin retorno. En Colombia es doblemente riesgoso, ya que los estudios realizados son insuficientes para prevenir que toda esa agua contaminada no afecte el agua de todos. Para eso se necesita tecnología avanzada. Aquí no logramos llevarle agua potable a toda la población, ahora sí vamos a implementar el fracking con todas las medidas y rigurosidad que exige. Es sumamente peligroso.

José Saulo Usma, coordinador del Programa de Agua Dulce de WWF, afirma: “lo que está pasando en el Magdalena, ya está empezando a verse en la Orinoquía, porque gran parte del desarrollo petrolero y agrario del país se está enfocando en esta región. Los cultivos industriales, como la palma de aceite, el arroz y las plantaciones forestales, están cambiando el uso del suelo. Además, la construcción de diques y carreteras para extraer petróleo está interrumpiendo los flujos naturales del agua entre las sabanas inundables y sus ríos”.

El agua no es infinita. Cada vez son mayores las problemáticas. Tener conciencia es un deber. Exigirle a nuestros gobernantes propuestas en pro del medioambiente no es un capricho, es un derecho fundamental. Es la protección de la vida.

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