La semana pasada concluyó la VIII Cumbre de las Américas celebrada en Lima, y que tuvo como eje temático la “Prosperidad con Equidad: el Desafío de la Cooperación en Las Américas”. Al abordarse la problemática de la salud de sus habitantes, el llamado urgente de casi medio centenar de organizaciones de este sector a los 22 mandatarios presentes en dicha Cumbre fue el deber de priorizar mediante actividades efectivas de salud pública la prevención de las enfermedades no transmisibles (ENT) que están causando cerca del 70% de las muertes en el continente americano. Y eso es así porque las ENT, entre las que están las de origen cardiovascular, el cáncer, la diabetes y las respiratorias crónicas, son en estos momentos los factores de mayor generación en el mundo de discapacidad y muerte prevenibles, especialmente de personas en plena etapa productiva.

Dicha apreciación coincide con el informe Salud en las Américas 2017, de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que evidenció que aunque en este continente hay una ganancia significativa en la esperanza de vida de sus habitantes, siguen estando presentes grandes retos en la salud pública como son las enfermedades emergentes y las no transmisibles (ENT), que son la causa de cuatro de cada cinco muertes anuales en una de las regiones más desiguales del mundo. Por eso resulta más que pertinente la frase pronunciada en la presentación del informe en la 29 Conferencia del organismo en su sede de Washington por parte de la directora de la OPS, Carissa F. Etienne: “Vivimos más años de vida y morimos menos por causas que podemos evitar, pero esa ganancia no ha sido equitativa”.

Revisando un poco la historia de estas cumbres, llama la atención un pendiente que quedó para los países americanos, resultante de la que fue la VII Cumbre de las Américas celebrada en Ciudad de Panamá en abril del 2015, y que se denominó “Gobernabilidad democrática frente a la Corrupción”. Además de definirse que estos países debían “continuar avanzando para que la atención integral de salud esté disponible para todas las personas en cada una de las etapas de su vida”, se fijó como prioridad “fortalecer la capacidad de prevención, detección y respuesta de los sistemas nacionales de salud ante brotes de enfermedades epidémicas y otras emergencias de salud pública, particularmente aquellos que pueden tener implicaciones transfronterizas e impactos más allá de la salud, incluidos riesgos sociales, económicos y políticos”. Justamente eso que se anunciaba y advertía hace tres años es lo que está ocurriendo hoy en países como el nuestro, cuando enfermedades epidémicas como el sarampión y el sida se han constituido en un grave problema de salud pública con la migración de personas desde Venezuela, con todas las implicaciones sociales y económicas que trae dicha migración.

Así las cosas, urge en América y en Colombia el diseño e implementación de políticas de salud pública que prevengan de manera efectiva, tanto las enfermedades transmisibles como las no transmisibles (ENT), pues aunque crezca la esperanza de vida en este continente, con el aumento simultáneo de esos dos tipos de enfermedades, además del crecimiento de la población, el envejecimiento y la urbanización, estaremos viviendo más, pero también seguiremos muriendo por enfermedades evitables.

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