Al fútbol me lo encontré algún día de mi infancia en la calle. A los ángeles del fútbol los conocí en el Romelio Martínez en Junior y en las selecciones Atlántico. Hubo un ángel que vino en los años sesenta de Brasil y no tenía alas en la espalda sino en los pies. Tenía, además, una cabeza hecha como con tajalápiz y un motilado al mejor estilo de un recluta del ejército que llevó hasta el último día de su vida.

Era ‘patitorcío’, caminaba como Garrincha y Quarentinha. Es que, cuando vino a Barranquilla, le habían extirpado tres de sus cuatro meniscos, pero eso no le quitó ninguna de sus virtudes ni la magia para jugar al fútbol. Y, mucho antes que Messi, reía por todo. Cuando gambeteaba, cuando anotaba gol, cuando le metía el balón por entre las piernas al lateral que lo marcaba, o le hacía una bicicleta y lo dejaba viendo un chispero, cuando intentaba y le quitaban el balón, o cuando le daban una patada y seguía pidiendo la pelota. Igual, siempre reía con cara de picardía. Ese ángel se llamaba Othón Alberto Da Cunha y siempre insistió, recién llegado, que se escribía Othón, pero se pronunciaba Otho.

Da Cunha llegó a Barranquilla en un momento en que ya se hablaba del Brasil como el mejor fútbol del mundo, y cada brasilero encarnaba ese fútbol de magia y samba. Había salido del Olaria, fue ídolo joven en Flamengo y fue miembro de la selección juvenil del Brasil que estuvo en el preolímpico de 1959 en Bogotá.

Si usted quiere saber cómo era Da Cunha como futbolista compárelo con el mejor que usted haya visto. Puntero derecho, la raya era su compinche, cambiaba el balón de derecha a izquierda y viceversa sobre la carrera, le mostraba el balón y llamaba al lateral, quien se tragaba el amague hacía el gran ridículo para la carcajada monumental de la tribuna, hacía túneles, bicicletas y amagaba con tanta magia que siempre terminaba con patada de su rival en una época en que se permitía pegar más.

Ahora, como persona, acabamos los adjetivos para calificarlo. Tranquilo, sincero, respetuoso, pícaro para jugar, sabio para enseñar, por sus manos pasaron las divisiones menores del Junior con gran producción y suceso.

Ese Da Cunha, genio del fútbol, murió una tarde de viernes donde deseó morir y yace ahora bajo la tierra barranquillera que amó. Su alma, convertida en barco, estará fondeada por siempre en este mar nuestro que reemplazó al suyo.

Y la historia dirá que hubo un ángel descarriado que dejó el Olimpo para jugar al fútbol. Ese ángel ha vuelto al Olimpo mientras todos lo comenzamos a extrañar...