Mañana jueves 19 de abril se cumplirán 48 años de las bochornosas elecciones de 1970 en las que Misael Pastrana le ganó la Presidencia de la República a Gustavo Rojas Pinilla por una estrecha diferencia de 63.557 votos. Pastrana obtuvo 1.625.025 sufragios, y Rojas Pinilla, 1.561.468. El ‘salto de canguro’ del candidato conservador se produjo mientras el país dormía. Y el lunes 20 amanecimos con la sorpresa.
Mi libro Retrato de una generación comienza con la descripción de cómo viví, siendo un estudiante de bachillerato, la turbulencia de ese lunes. Era mediodía, ya estaba vestido para ir al colegio y me encontraba almorzando cuando vi que mi abuela corría a cerrar la puerta de la calle, asustada por un vociferante desfile de anapistas enardecidos. Atraído por aquella agitación, que a mí edad me pareció fascinante, aproveché la suspensión de las clases y me fui al Paseo Bolívar donde una multitud rugía exigiendo respeto al triunfo del general Rojas. Algunos especulaban incluso con un supuesto respaldo de Fidel Castro a la asonada anapista. Cuando regresé a la casa le conté a mi mamá lo vivido y dirigiéndose a mis abuelos y a mis tías, con el ceño fruncido, dijo: “¿Cómo les parece?, este niño ahora me salió chusmero”.
Han pasado 48 años y si algo sigue generando total desconfianza en Colombia es su arcaica organización electoral. El padre Camilo Torres, quien nunca quiso ir a elecciones, sostenía que “el que escruta elige”. Y de Gaitán es esta frase: “Hasta las cuatro de la tarde vota el pueblo, luego vota la Registraduría”. Larga e interminable, pues, es la lista de trampas en el sistema electoral colombiano. Presidentes, congresistas, concejales, diputados y últimamente alcaldes y gobernadores han logrado su elección gracias al fraude.
Las elecciones del 11 de marzo no fueron la excepción. El caso Aida Merlano es un ejemplo. Otro es el pugilato acerca de si el movimiento cristiano Colombia Justa y Libre obtuvo o no los 30.000 votos que le permitirían, según sus líderes, pasar el umbral de Senado y garantizar tres curules en esa corporación. Jorge Guevara, de la Alianza Verde, decía el pasado sábado en Barranquilla que esos votos no han podido ser justificados y que, por tanto, las credenciales serán para él, Gloria Flórez, de los Decentes, y Soledad Tamayo, del Partido Conservador. El tema de los tarjetones de las consultas interpartidistas es otra grosera mancha electoral.
Por todo este oscuro historial que empaña nuestra democracia hoy flota la pregunta de si esta elección presidencial estará rodeada de completas garantías. Lo transparente sería que ganara el candidato que logre –limpiamente– la aprobación popular mayoritaria. Un nuevo fraude en este país terminaría por derribar la frágil fe que aún tenemos en las elecciones como el mejor medio para tramitar la lucha por el poder en un sistema democrático.
@HoracioBrieva