¿Fracasó el proceso de paz? A tan solo dieciséis meses de la firma del acuerdo con las Farc, la respuesta debería ser que es muy temprano para saberlo. Pero una sucesión de hechos recientes parece que quisiera adelantar el veredicto.
Veamos: siguen asesinando líderes sociales; se roban la plata del posconflicto; la JEP se queja de falta de teléfonos y computadores; la ONU dice que las Farc no entregaron a todos los niños que tenían reclutados; culpables de crímenes atroces irán al Congreso sin pasar por la justicia; un exnegociador de las Farc fue detenido por narcotráfico, y el secuestro volvió al sur del país. El terrorismo tiene sin luz a Tumaco y sitiado al Catatumbo. Y aunque se dijo que era un delirio de la derecha que tras la firma del acuerdo podía llegar el ‘castrochavismo’ a Colombia, el candidato que mejor representa esa corriente va segundo en las encuestas.
Si se cumple la principal promesa del acuerdo, que era salvar vidas colombianas, todo lo anterior sería, quizás, tolerable. Pero hasta ese beneficio comienza a desvanecerse.
Por primera vez en varios años, el homicidio en Colombia está aumentado. La noticia la dio el fiscal Martínez esta semana. En los tres meses y medio que van de 2018, hubo 235 más muertes que en el mismo periodo de 2017, un crecimiento del 7,2%. Para poner la cifra en contexto, en el último sexenio del conflicto (2010-2015), hubo, según datos del Cerac, unas 400 muertes anuales, de civiles, guerrilleros y miembros de la fuerza pública, atribuibles a la confrontación con las Farc. Es decir que, al ritmo actual, este año podría cerrar con un incremento de homicidios equivalente a dos años de conflicto en el periodo mencionado.
Si ese incremento no fuera imputable al acuerdo, no habría que hablar de un fracaso. Pero sí lo es. Detrás del aumento en las muertes violentas está el narcotráfico, que se fortaleció durante la negociación y gracias a ella. Al dejar de perseguir la coca de manera efectiva, se propició una explosión en el número de matas sembradas. Por eso hoy tenemos más coca que nunca. Había que ser muy inocente para no adivinar que eso traería más violencia.
Estamos reemplazando, pues, unos muertos por otros. Y a cambio de ello pactamos cambiar la estructura institucional del país, comprometer su presupuesto por varios lustros e indultar a sus peores criminales.
La reducción de muertes violentas, que se ha mostrado como la principal conquista del acuerdo, es un ejercicio de sumas y restas cuyo resultado aún es incierto. En algún despacho estadístico del Estado, un funcionario diligente está ingresando datos de muertes en una tabla de Excel. En el renglón correspondiente a las Farc, digita: cero. Pero en otros renglones, los de la delincuencia común, las ‘disidencias’ y las bacrim, ingresa cifras cada vez mayores. Abajo, en la fila de los totales, la muerte comienza a resucitar.
Quizá sí sea demasiado pronto para decir que el proceso fracasó. Pero está haciendo agua. Si quiere rescatarlo, el próximo gobierno deberá encarar con firmeza la violencia que la paz nos trajo.
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