Mucha gente hay sorprendida por el escándalo que enfrenta la Academia Sueca, la Sacrosanta Academia Sueca, encargada de otorgar los Premios Nobel todos los años. El asunto empezó por la denuncia de acoso sexual, de algunas ciudadanas suecas, de parte del dramaturgo Jean Claude Arnault, casado con Kristina Fosterson, miembro de la Academia en cuestión. Arnault, había sido sospechoso de las filtraciones que mancharon los premios de Le Clezio y Modiano. La Academia canceló todos sus compromisos con el dramaturgo, pero escritores como Englund, Ostergreen y Espark, miembros prominentes, renunciaron a sus puestos, igual Sara Danius y Katerina Fosterson. Lotte Lotars y Karin Ekman habían renunciado tiempo atrás por motivos políticos. La Academia podría quedar sin quorum para decidir el Premio de Octubre que es el de Literatura.

Este prólogo, lleno de nombres y apellidos difíciles de escribir y peor de pronunciar, es para contarles que no me sorprende nada de lo que está pasando, porque a mí me sucedió algo increíble en Estocolmo. Hacía parte de los cinco invitados especiales a los que tiene derecho el Premio Nobel: Alfonso Fuenmayor y Adela, German Vargas y Susana, Álvaro Cepeda Samudio y Tita. Álvaro ya no estaba con nosotros, pero Gabito quiso que yo asistiera en representación de su amigo y compañero de vida física y vida literaria. Todos recibieron sus invitaciones a los diferentes eventos, menos yo. Doy paso a Eligio García Márquez, quien escribió en su Columna Cuarta de El Espectador (Octubre del 82): “La embajada colombiana no pudo dar una explicación que satisficiera a todos, empezando por el mismo Gabriel García Márquez, quien enfurecido amenazó con no asistir a las ceremonias si no aparecían.

Aparecieron por supuesto, pero en duplicado, los originales sabrá Dios que rumbo incierto siguieron”.

Espantada asistía a las reacciones que había provocado mi problema, me di cuenta que Gabito estaba perfectamente informado de lo que ocurría con las invitaciones faltantes. Existía un mercado negro en Estocolmo para las invitaciones a las ceremonias de los premios. Que fueron muchas, una completa estación elegante, incluyendo la entrega de premios con la presencia del Rey Gustavo Adolfo y la Familia Real, para suecos y extranjeros pudientes.

La mecánica funcionaba entre la Academia, que repartía las invitaciones a las Embajadas premiadas, y estas que movían el mercado con las invitaciones que suponían causarían menos problemas. Una de las invitaciones más codiciada, es la ceremonia en la pequeña Sala de la Academia donde solo puede entrar cada Nobel, y sus cinco invitados. Es tradición que el único que puede hablar es el Premio Nobel de Literatura, que en efecto habló de lo que pasa, está pasando y pasará en su discurso famoso de La Soledad de América Latina.

Los presentes lo oímos en el más absoluto silencio, solo se oía el “SH SH SH” al pasar las hojas del documento, copia del discurso, que nos habían entregado en la puerta. El escenario, donde estábamos sentados, quietos y mudos, es una sala pequeña, y decorada con múltiples figuras doradas de diosas y ninfas del Olimpo, que forman una especie de sala barroca, donde no se ven ni ventanas ni puertas, ni techo, verdaderamente abrumador.

Esta sala barroca y este discurso movieron el mercado negro a gran velocidad y quien escribe sería la víctima. No contaron con mi amigo costeño Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, quien se opuso a las manipulaciones y logró imponer su decisión, tanto a la Academia, como a la Embajada Colombiana de la época.

No es de extrañar el escándalo que enfrenta hoy la sacrosanta Academia, cuando al fin surgen los malos manejos que ha escondido durante mucho tiempo.

Es uno de los grandes recuerdos que guardo de Gabito y que me gusta contar hoy cuando se cumplen cuatro años de su ocultamiento del universo que defendió con tanta fuerza y tenacidad.