El profundo aroma de la guayaba madura se esparcía por el patio sembrado de frutales: nísperos, mangos, ciruelas, mamones, grosellas, naranjas, granadillas, anones, peritas, guanábanas, pomarrosas y no podía faltar el palo de papaya, presente en toda casa, por humilde que fuera. Donde había un metro cuadrado de tierra o un estrecho callejón, allí estaba el palo de papaya.

Pero entre todas estas especies la guayaba era la reina, la vedette que con su perfume engalanaba el entorno. Era la distinguida, la tentadora, la irresistible, que con su delicioso olor cautivaba a jóvenes y adultos, y hasta a ciertas especies de aves como los inquietos toches de hermoso plumaje amarillo. De esa relación de amor y odio surgió el dicho popular: “Pelea de toche con guayaba madura”, para expresar la situación que se da cuando uno no se puede defender contra algún tipo de injusticia. En este caso, la guayaba es la indefensa víctima del toche.

Y sigue siendo motivo de inspiración cuando de inventar refranes se trata, pues no menos famoso es el que dice. “¿Y de la guayaba, qué?”, usado para pedirle al interlocutor que deje de hablar paja y vaya a la sustancia de la cosa. El reinado de la guayaba no tenía límites, pues llegaba hasta la cocina de donde exhalaba un delicioso olor cuando cocinaban los ‘casquitos’ de guayaba, manjar de dioses.

Pero la guayaba ya no reina en el patio, porque los patios los cambiamos por frío cemento, donde ella no tiene cabida, y la desplazaron de la cocina, porque ya no hay tiempo para preparar en casa los dulces de guayaba, a los cuales les robaron su esencia, su perfume, encerrándolos en fríos frascos. Un encanto más que el modernismo nos ha arrebatado.

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