Todo empezó en Chile, en 1980, durante el régimen encabezado por el general Augusto Pinochet. Uno de sus ministros más destacados, José Piñera, impulsó un nuevo modelo para administrar las pensiones y ahorros de miles de personas: se abolía el sistema público y se creaban las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), que quedarían en manos de empresas privadas bajo un modelo de capitalización individual.

Cuando el ministro exponía al gobernante su innovadora iniciativa, Pinochet, con sus rudimentarios conocimientos de economía, le planteó que “quedaba claro el beneficio para el capital, pero ¿cuál era el beneficio para los trabajadores que cotizaban?”

A pesar de sus dudas, las presiones del sistema financiero hicieron que Pinochet privatizara el sistema de pensiones; con excepción de los miembros de las fuerzas armadas y policía, a los que se les dio un régimen especial bajo la modalidad de reparto (había que cuidar a los que lo cuidaban).

Las inquietudes del general no eran infundadas. Hoy en Chile más de dos millones de chilenos se han organizado y han salido a protestar por las ganancias millonarias que han obtenido las AFP con los ahorros de los trabajadores; y por las paupérrimas pensiones que los cotizantes reciben por su capital individual.

Muchos gobiernos de América Latina se dejaron seducir por el modelo. Colombia no hizo un cambio radical. Modificó su sistema general de pensiones manteniendo los regímenes solidarios, el de prima media con prestación definida manejada por el Estado, y creó el régimen de ahorro individual con solidaridad administrado por fondos privados de pensiones.

La mayoría de las personas con ingresos medios se trasladaron a los fondos privados. Pasado el tiempo la percepción de los cotizantes ha ido cambiando. Colpensiones, lo sé por experiencia y la de amigos, se volvió una empresa del Estado exitosa. Porque es realmente solidaria, ya que el trabajador recibe una pensión digna producto de sus años de ser ciudadano responsable, que pagó todos sus impuestos para contribuir al bienestar de la nación; y la atención que recibe el pensionado no puede ser mejor.

Las empresas de régimen de ahorro individual están inquietas. Los cotizantes están prefiriendo entregar sus ahorros de pensión al fondo del Estado, que es realmente solidario. Ya se siente la campaña para acabar con Colpensiones. Nos atemorizan con la bomba pensional como si fueran los pensionados los culpables de la supuesta quiebra del Estado. Cualquier economista básico sabe que es la informalidad del empleo la causa principal del desbalance.

Ya las propuestas de ajustes del sector privado están en la mesa: quitar la prima media y darles a todos los colombianos pensiones paupérrimas; ponerles impuesto a las pensiones; aumentar la edad para pensionarse, y muchas otras.

Seguramente, el próximo Gobierno hará una reforma pensional: ¿A quiénes beneficiarán: al capital o al ciudadano? Estimado lector, aunque usted sea joven, preocúpese, porque la vejez llega muy rápido, casi sin darnos cuenta.

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