Es probable que durante un buen tiempo el agitado corregimiento de Palermo, ubicado al frente de Barranquilla, se convierta en un embudo de la madona porque la movilidad de esta ciudad avasallará esa pequeña población del municipio de Sitionuevo, en el departamento del Magdalena.

Los tres carriles de la calzada que saldrán de la capital del Atlántico llegarán a la ribera oriental del río Magdalena una vez terminado el nuevo Puente Pumarejo y desembocarán en uno solo sobre este pujante pueblito sobreviviente de la violencia, de las administraciones públicas depredadoras y de la delincuencia común experta en el robo de tierras.

Pero en medio de este futuro caos, producido por la falta de planeación nacional, hay una buena noticia: la entregada por el Ministerio de Ambiente el viernes pasado al anunciar la solución para la vía Barranquilla-Ciénaga y de manera particular para la Ciénaga Grande de Santa Marta. Durante un buen tiempo las posturas dogmáticas de Parques Nacionales Naturales impidieron que se construyera la vía de doble calzada entre Barranquilla y Ciénaga. Tenían argumentos ecológicos válidos, pero no daban alternativas ni soluciones. En efecto hay que preservar el Parque Isla Salamanca, pero la carretera es de un alto flujo vehicular que incluye comercio y transporte de pasajeros, constituyéndose en una de las vías de mayor tránsito en la Región Caribe.

Por eso era obligante encontrar una solución, en este caso es la más costosa, pero la necesaria y adecuada, según las palabras del propio ministro de Ambiente, una decisión a la que se llegó después de analizar los estudios de Corpamag e Invemar. Ahora los concesionarios de la doble calzada deben considerar que en los kilómetros 19 y 28 se deben construir viaductos con el fin de garantizar el restablecimiento de la agonizante Ciénaga Grande. En esos dos puntos de la vía la erosión ha socavado la carretera y las medidas tomadas no llegan ni a paños de agua tibia, a costos de una delicada intervención quirúrgica. Allí han sido enterrados más de $18.000 millones.

El problema que se veía venir con una obra de gran magnitud como el nuevo Puente Pumarejo y la estrechez de una calzada ya había sido expuesto decenas de veces por diversos medios y ante las autoridades nacionales, municipales y departamentales. Los más angustiados son los habitantes del convulsionado Palermo, que sufre el impacto vehicular diario. Si en este momento hay una afectación por los continuos riesgos de accidentalidad, cuando el puente esté listo con el flujo de los tres carriles y la notoria y avasallante movilidad barranquillera, ese corregimiento se va a ahogar en una corriente de carros, buses y camiones incontenible. Ese es el riesgo del peligroso embudo, pues la magnitud del majestuoso Puente Pumarejo no está a tono con su débil y actual complemento del otro lado del río Magdalena.

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