Aún se buscan las causas del asesinato de Carlos Enrique Areiza, testigo clave en el proceso contra Álvaro Uribe Vélez. La Fiscalía aseguró que Areiza tenía muchos enemigos por su prontuario delictivo, pero hizo énfasis en un hecho fundamental dentro de la investigación: una mujer, dueña de una tienda que frecuentaba Areiza, se contradijo en sus declaraciones. Aseguró no tener ninguna relación con el difunto, pero las cámaras de seguridad y los testigos permitieron establecer que Areiza visitaba casi a diario el lugar y que sostenían una relación sentimental.

Esta contundente pista le ha dado un violento giro a la historia. Mientras muchos comentarios arbitrarios pretendían señalar al expresidente como responsable, quizá motivados por la mala suerte que corren algunos otros testigos en su contra, la Fiscalía daba un parte de tranquilidad. Lo de Areiza parece ser solo un “lío de faldas”.

El pasado diciembre, Luis Carlos Villegas, ministro de Defensa, dio otro parte de tranquilidad a la opinión pública. Ante el implacable exterminio de los líderes sociales, aseguró que no había una organización que los estuviera asesinando. De manera coincidente con las pesquisas de la Fiscalía en el caso de Areiza, Villegas cree que gran parte de estos asesinatos son por “líos de faldas” y algunos otros por peleas por linderos.

Solo durante 2017 fueron asesinados 170 líderes sociales. ¿Cuántos líos de faldas calculará el ministro? El alarmante número de crímenes pasionales que sugieren estos análisis, recuerdan aquella reconocida campaña de imagen país, que pretendía promocionar a Colombia con el eslogan “Colombia es pasión”. Cuando le preguntaron a Ángela Montoya, gerente de la campaña, por qué es pasión, dijo que estaban convencidos de que esa era la característica que distinguía a los colombianos.

De acuerdo con la Fiscalía y el Ministerio de Defensa, resulta muy acertada la respuesta de Montoya. La pasión termina siendo, sin embargo, una naturalización de los crímenes. Los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas han sufrido las consecuencias del lapidario rótulo. Un lío de falda parece un asunto menor, apenas un asunto doméstico, que no solo justifica el asesinato, sino que justifica su impunidad. Una vez se construye esa hipótesis parece llegarse al fondo del asunto. Todo queda aclarado.

Lo cierto es que el asesinato de líderes sociales es sistemático y parece planificado. Algo así como si todos los líos de falda del mundo, por una razón incomprensible, decidieran ocurrir en Colombia. Pero no son líos de falda contra cualquiera, sino contra aquellos que han ejercido la defensa de los derechos humanos, aquellos que han apoyado el Acuerdo de Paz, aquellos que defienden un territorio, que se oponen a un megaproyecto, que lideran paros. Esos mismos líos de falda se fueron ahora, con pasión, contra un testigo clave.

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