Lo compré en Moscú hace 40 años. El pequeño libro rojo es el Manifiesto del Partido Comunista, en una versión que incluye el trabajo de Federico Engels Principios del comunismo, un doctrinario con formato de preguntas y respuestas, a la manera de cualquier catecismo cristiano.

Hace unos 15 años, viendo a Hugo Chávez por televisión blandir un librito de color y tamaño semejante, alardeando que esa era su biblia y leyendo apartes premonitorios de sus desvaríos, tuve la sensación de conocer esa lección, un flash back, dicen en inglés. En un estante de libros comprados en la misma época lo encontré deshojado. Y me di a la tarea de buscar las frases que me habrían hecho recordarlo. He aquí algunas: “¿Qué vía de desarrollo tomará esta revolución?

Establecerá, ante todo, directa e indirectamente la dominación política del proletariado (…) La democracia sería absolutamente inútil para el proletariado si no la utilizara inmediatamente como medio para llevar a cabo amplias medidas que atentasen directamente contra la propiedad privada”. Luego menciona una docena de medidas incluyendo altos impuestos progresivos, préstamos forzosos, expropiación gradual de propietarios agrarios y manufactureros, confiscación de bienes de los que emigren, centralización de la banca y de la educación en manos del Estado, que “no podrán ser llevadas a la práctica de golpe, pero cada una entraña necesariamente la siguiente”. Catecismo en mano, Chávez se dio a la tarea de desmantelar la economía más rica del continente. Diez años fueron suficientes. Venezuela pasó de vender cerca de 500.000 carros al año, un tercio de los cuales eran ensamblados en el país, a vender 5.000 y ensamblar 2.700 el año pasado. La producción de acero de la Siderúrgica del Orinoco, antes de su nacionalización en 2008, era de 4,5 millones de toneladas anuales. Pero en manos del socialismo del siglo 21 en 2017 se redujo a menos de 300.000. En ambos casos la actividad económica se contrajo a fracciones insignificantes de un pasado reciente, arrasando miles de empleos industriales directos bien pagos y docenas de miles de empleos indirectos.

La semana pasada, en la primera vuelta presidencial, ganó la oposición dos veces. Primero, con Iván Duque, ganó la oposición al gobierno actual. Normal en cualquier proceso electoral democrático, cuyos dos desenlaces clásicos son alternación o continuidad. Segundo, con Gustavo Petro, ganó la oposición al sistema económico de libre empresa y propiedad privada con el que hemos convivido por 200 años de vida republicana. Liberales y conservadores se mataban pero por otras cosas. Cuando Horacio Serpa, con menos charreteras socialistas que Petro, le ganó a Andrés Pastrana en la primera vuelta presidencial de 1998, la hemorragia de dólares y la brusca subida de las tasas interés para proteger la banda cambiaria desataron la crisis económica más catastrófica de todo el siglo. Y eso que fue solo un amague.

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