Generalmente no escribo sobre elecciones porque me parece un ejercicio inane. Raramente se logra modificar con argumentos racionales las posiciones de los contradictores, y no encuentro útil dedicarme a convencer al convencido. Sin embargo, ante algunas preguntas que he recibido, hoy esbozo mis opiniones sobre las tres opciones del tarjetón para la segunda vuelta presidencial.
Empiezo con el voto en blanco, el de menor intención en las encuestas. La declaración estándar de todos los personajes públicos es que encuentran ‘muy respetable’ la decisión de fulano o mengano de votar en blanco. Pues bien, yo no estoy de acuerdo con ese estribillo. Respeto profundamente el derecho que tiene todo ciudadano de votar en blanco, pero la decisión de hacerlo, en sí, no me parece digna de mayor respeto. De hecho, me parece boba.
Cuando se trata de escoger a quien va a regir los destinos del país, no encuentro inteligente abstenerse de participar en la decisión. Así al ciudadano no le guste ninguna de las alternativas, siempre habrá diferencias entre ellas. Siempre habrá una que contribuirá más al bien (o al mal) común que la otra. Marginarse de esa decisión muestra falta de interés en el país o poca capacidad de decisión. O ambas. Participar es tan importante que, para no ir muy lejos, los venezolanos se están haciendo matar por ese derecho.
El segundo en las encuestas es Gustavo Petro, cuya popularidad en un segmento de la población es bastante explicable. Envidia, odio, resentimiento, ambición, miedo, ilusiones, credulidad desbordada, son todos ellos sentimientos muy humanos y, por eso, no se equivoca él al hablar de su Colombia Humana. Pero debo confesar que desde el punto de vista racional no puedo encontrar fundamento alguno para apoyar a Petro. Y no me refiero con esto a su macabro pasado con el M-19. Ni a su catastrófica gestión en la Alcaldía de Bogotá. Me refiero a su abismal ignorancia y a su absoluta incoherencia.
Como nada es imposible para quien no tiene que hacerlo, él cambia su cuento según su auditorio, pues tiene claro que, finalmente, solo hará lo que le provoque. Un día habla de expropiar y al otro sencillamente de emitir ilimitadamente para comprar y repartir propiedades. Habla de la educación y va a cerrar el Icetex. Habla de corrupción y omite que era el alcalde cuando la EEB recompró en USD880 millones las acciones de la TGI que tres años antes Samuel Moreno le había vendido por USD400 millones a una empresa luxemburguesa de propietarios fantasmas llamada Citi Venture Capital International. Es por la falta de seriedad de sus propuestas que siempre tiene que revertir al lenguaje del odio y de la lucha de clases. Su incompetencia es tal que no sería raro que ni siquiera fuera capaz de llevarnos por la ruta de Venezuela que tanto añora.
Y finalmente, está el líder de las encuestas, Iván Duque. Cualquier observador desapasionado tiene que concluir que ha conducido una campaña limpia, seria, clara, centrada, sin ofensas, de postulados y principios. Representa una generación nueva, que quiere sacar al país de la corrupción y la desinstitucionalización en las que se hundió en los últimos años. Su programa es serio, bien sustentado y factible. Yo votaré por él, no solo porque es muchísimo mejor que las otras dos opciones, sino porque creo, sinceramente, que me ofrece una esperanza real sobre el futuro de la patria.