Hace unos días en Cali, explorando las necesidades y potencialidades de la industria creativa, concerté una serie de reuniones con actores del ecosistema creativo. Una de estas reuniones fue con Baudilio y Óscar, dos escritores en sus sesenta, quienes lideran la Fundación de Escritores del Pacífico Colombiano que asocia a más de 70 poetas y escritores. Luego de hablar sobre su experiencia, me pidieron que ayudáramos a la asociación donándoles recursos. Preocupada respondí que era descabellado que les diéramos dinero.

Les explique a Baudilio y a Óscar que admirábamos mucho su trabajo como para ofrecerles una solución tan cortoplacista. Les aclaré que lo que buscamos es identificar proyectos que impulsen la industria creativa; es decir, que ayuden a creativos y a artistas, como ellos, a que desarrollen un emprendimiento sostenible que pueda convertirse en una fuente digna de ingresos. Ambos se quedaron en silencio. Comprendí que era normal que se molestaran por la negativa a donarles dinero. Vaya sorpresa cuando Óscar dice: “Gracias, hoy he aprendido algo muy importante; nunca había caído en la cuenta de que en nuestras manos tenemos una mina de oro. Nos vamos de esta reunión más felices que si nos hubieran entregado millones de pesos”.

Cuento esta historia porque este es el día a día de nuestro sector cultural y creativo. Artistas, creativos y gestores culturales hacen interminables filas buscando que les donen recursos para sacar adelante su proyecto; así los hemos venido acostumbrando. Por medio de este accionar los subestimamos y les mermamos las posibilidades de avanzar. William Ospina en su libro Pa’ que se acabe la vaina explica este comportamiento histórico de subestimar a nuestros artistas y creativos así: “el esfuerzo por hacer invisible la cultura popular, las danzas, la música, los relatos, las artes, las artesanías, formaba parte de un proceso mas complejo: el asombroso esfuerzo por hacer invisible a todo un pueblo”.

Colombia es un Estado Social de Derecho, lo cual implica que el Estado debe implementar las medidas más eficientes y efectivas para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Y para fortalecer la calidad de vida de los creativos, la manera más efectiva de invertir los recursos no siempre es regalándolos; muchas veces ni siquiera es lo que un artista o emprendedor creativo necesita. Si les hubiéramos entregado dinero a Baudilio y a Óscar, quizá nunca se les hubieran ocurrido las ideas de comenzar su propia editorial, de hacer conferencias y talleres y de promocionar sus libros. Por el contrario, si se les ofrecen las herramientas adecuadas para que mejoren su producto o aprendan a comercializarlo y se trabaja en el fortalecimiento del ecosistema creativo y de los medios de circulación y distribución, podemos comenzar a soñar que creativos como los de la Fundación de Escritores del Pacífico Colombiano puedan vivir dignamente de su arte.

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