Justo a tiempo para el comienzo del mundial de fútbol en Rusia, por fin, ha llegado el verano a España –aunque aquí ayer el tema dominante fue el rocambolesco cese del entrenador de La Roja, Julen Lopetegui–. Como futbolero de toda la vida voy a disfrutar mucho de estas semanas de competición, animando a la selección alemana en su campaña para defender el título ganado hace cuatro años en Brasil –aunque también apoyo a España y a Colombia mientras no se crucen en el camino de la Mannschaft–.
Sin embargo, no puedo reprimir cierta melancolía. Es probable que este sea el último Mundial tal y como lo conocemos la gente de mi generación. El siguiente se jugará en Catar en 2022 y será en pleno invierno. Una tomadura de pelo inmensa de la FIFA que eligió a este pequeño estado árabe para luego darse cuenta de que en el desierto hace demasiado calor para jugar el mundial en sus fechas habituales de junio y julio. No sé cómo lo verán en el hemisferio sur, pero para los europeos el Mundial de fútbol, como la Eurocopa, son eventos de verano, de calor, sol, terrazas, barbacoas con los amigos. No me veo siguiendo los partidos en el invierno frío desde algún mercadillo de Navidad.
Las críticas a la selección rusa en el Mundial que empieza ahora –aparte de la corrupción en el proceso– son justificadas por el atropello a la libertad de expresión, aunque la Rusia autoritaria de Putin tampoco sea la Argentina de Videla. Y veremos el estreno de una de estas innovaciones inevitables en el mundo del deporte: el VAR. En Alemania, el uso de este sistema en la Liga para revisar ciertas escenas polémicas en video ha dejado una sensación mixta la temporada pasada. Puede evitar goles ‘fantasma’ o penaltis injustificados, pero todos, jugadores y espectadores, se quejan de que el VAR provoca interrupciones largas en el juego. Puede ser un anticipo de lo que nos espera en el futuro, por ejemplo en el Mundial de 2026, otorgado a la candidatura conjunta de EEUU, Canadá y México este miércoles. Ya en su torneo de 1984 los estadounidenses pidieron que se pudiera parar el partido para pausas publicitarias, como acostumbran hacer en el baloncesto, beisbol o fútbol americano. Entonces no tuvieron éxito. Hoy ya no estoy muy seguro, y creo que mataría la emoción del balompié, tal y como lo conocemos.
Otro cambio grande: en Norteamérica participarán por primera vez 48 equipos nacionales, en vez del formato de 32 que se estableció hace 20 años. Me parecen demasiados. Con todos mis respetos por las aspiraciones de la Conmebol que quiere que vayan más selecciones suramericanas al torneo, no creo que se debe inflar más el número de participantes. La fase de clasificación previa ya es parte de la competición y en Europa también deploramos víctimas ilustres, como Italia y Holanda que no estarán en Rusia.
Pero todas las cosas evolucionan y es fútil resistirse. De momento, prefiero centrarme en el presente y gozar de los partidos en Rusia, en pantalones y camisa cortos y sentado en una terraza.
@thiloschafer