Luego de la primera vuelta, Uribe respondió una carta que había recibido de un grupo que se hace llamar “No heterosexuales”. ¿Sienten tanta vergüenza estos homosexuales que ni siquiera son capaces de nombrarse a sí mismos? El tema salió de sobremesa en reuniones con amigos gais en las que también oí las razones del voto de algunos de ellos por la ultraderecha. Uno entre tantos argumentos llamó mi atención. Cenando en un elegante apartamento en las Torres del Este, el dueño de casa, a quien conozco desde cuando él estudiaba en una universidad de esas que llaman “de garaje”, dijo tajante: “Por Petro solo votan los pobres”, y recordé una frase de Al diablo la maldita primavera: “Lo primero que olvidan los arribistas es su pasado”.
En otra ocasión oí a otro, esta vez con apellidos rimbombantes, contar que su salida del clóset no generó los malestares que suponía. Luego dijo: “Entiendo todo eso de los derechos civiles que hemos ganado, pero no voy a perder ahora a mis amigos votando por la izquierda”. Ese día también oí decir que Petro no tiene pinta de presidente “porque es muy feito y en Europa van a pensar que todos los colombianos somos iguales a él”.
Estas voces gais aisladas no son diferentes de las de muchos heterosexuales. De hecho, a lo largo de toda la campaña fueron demasiadas las veces que oí decir: “Estoy con Petro, pero el voto es secreto”, y no lo discuto: cada quien tiene derecho a sus propias vergüenzas, particularmente a la de ser excluido; a la de no encajar en ese grupo social al que tanto aspira pertenecer.
En los años treinta del siglo pasado, la antropóloga Ruth Benedict enfatizaba la importancia de la cultura frente a la biología como determinante de la conducta de los individuos: “Lo que une en realidad a los hombres es su cultura, las ideas y los estándares que tienen en común”. (Algo parecido afirma Harari, pero en torno a la ficción). Para Benedict, la cultura es el conjunto (“la configuración”, dice ella) de conocimientos, creencias, valores, actitudes y emociones que caracteriza a una sociedad. Ella afirmaba que, aunque no solemos ser conscientes de la forma como esto sucede, la cultura modela el carácter de los individuos en una sociedad. Algo que se acentúa aún más en tiempos de redes sociales.
En su libro El crisantemo y la espada, Benedict contrapone la cultura de la vergüenza japonesa a la cultura de la culpa judeocristiana. Esto podría resumirse como que “En la cultura de la culpa sabes que eres bueno o malo por lo que siente tu conciencia. En la cultura de la vergüenza sabes que eres bueno o malo por lo que tu comunidad dice sobre ti, sea porque te honra o porque te excluye”. En otras palabras: en aquella, la gente a veces siente que hace cosas malas; en esta, la exclusión social hace sentir a la gente que es mala.
Ahora que han pasado las elecciones, conviene que comencemos a hablar de otros temas que nos ayuden a reflexionar sobre lo que somos individualmente y sobre lo que queremos construir como nación.
@sanchezbaute