Colombia cayó 2-1 con Japón ante 40.842 aficionados en Saransk. Más de la mitad eran colombianos. Se pudo notar por las camisetas amarillas y se pudo oír cuando todos cantamos el himno nacional.
La nómina presentada por Pékerman fue una sorpresa puesto que en el seno del departamento médico existe la prohibición, del propio técnico, de no filtrar noticias y no se sabe si en verdad hay jugadores lesionados o no.
El inicio del juego fue fatal por la jugada de penal propiciada por un error de Dávinson Sánchez y una mano de Carlos Sánchez. Comenzó perdiendo 1-0.
Además, el debut en esta clase de certámenes de Davinson, Murillo, Mojica, Lerma e Izquierdo no fue nada afortunado.
Después de la expulsión de Sánchez, Pékerman se tomó 28 minutos para entender que debía equilibrar las cargas ingresando a un volante de primera línea. La sorpresa fue que a quien comisionó fue a Wílmar Barrios y no al promocionado Mateus Uribe. Y algo más, quien salió fue Cuadrado que individualizó el juego producto, a lo mejor, de extrañar a James Rodríguez. En esa estuve de acuerdo con Pékerman.
El primer tiempo terminó igualado por el golazo de Quintero. Eso presagiaba una mejoría sustancial.
Pero luego, Dávinson y Murillo parecían pareja recién divorciada, Mojica no trascendió, Lerma se fue diluyendo, Izquierdo nunca estuvo y Falcao tampoco.
El segundo tiempo fue una oda de Colombia a la ausencia de fútbol. Japón se apoderó del balón y no lo cedió nunca.
La claudicación llegó con el gol de cabeza de Osako en un concurso de errores desde Falcao marcando por detrás, pasando por Arias que se dejó ganar en el salto y llegando a Ospina que se le olvidó salir a despejar el balón.
Ha sido, tal vez, uno de los partidos más discretos de la era Pékerman. Las ausencias de Zapata, Mina, Fabra, Aguilar, la expulsión de Sánchez, la presencia disminuida de James en el segundo tiempo y la sustitución de Cuadrado sentenciaron una derrota con justo merecimiento.
Colombia perdió porque Pékerman no le pegó a nada esta vez. Ni a la alineación, ni a los cambios, ni al planteamiento, ni al desarrollo del juego, ni a su interpretación. Y porque, esta vez, sus pupilos se ahogaron en su propia incompetencia...