Enfrascado en conjeturas acerca del Campeonato mundial de fútbol, y anotando que el equipo de Inglaterra no había mostrado –hasta el encuentro con el equipo colombiano– méritos suficientes para alzarse con la copa, el lunes 9 de julio en una de las franjas de mayor audiencia el director de un noticiero dijo categóricamente “Colombia casi le gana, si no hubiera sido por Bacca”. Considerar si existen méritos, o no, es propio del análisis riguroso que realizan los conocedores de fútbol, como también de las naturales opiniones que, en los amantes del balompié, generan este tipo de torneos. Yo no sé mucho de fútbol. Por poco puedo decir que no sé nada, como no sea cantar los goles. Ni siquiera puedo contarme entre los febriles aficionados que sacrifican su aparato neuronal tras las intensas emociones que provoca el balompié. Soy una simple espectadora ocasional que, como otros, depende del profesionalismo y de la buena fe de los comentaristas, para hacerse una opinión de lo que ocurre en el campo de juego. No obstante, no hace falta erudición para saber que un apunte como esos, si bien no es una mentira, tampoco es una verdad, y que estas afirmaciones son una muestra palpable de la forma en que la subjetividad puede interponerse en la descripción verídica de los hechos. Asumamos que fue un lapsus, un descuido, un desatino; una penosa y repentina suspensión de la conectividad entre el sensato cerebro y la desabrochada lengua; que ocurrió lo que se llama coloquialmente un “descache”. Ciertamente Carlos Bacca erró el cobro. Les sucede a los jugadores, a su pesar, en los momentos más difíciles. Bacca falló el tiro que pudo haberle dado el triunfo al equipo de Colombia, pero es una afirmación inmerecida que, habiendo también Matheus Uribe desperdiciado su oportunidad, el periodista dijera como al descuido, como entre líneas, “si no hubiera sido por Bacca”.
En una sociedad que ante la dificultad de acceder a la verdad aprendió a buscársela entre líneas, tales aseveraciones tienen efectos inmediatos. Considerando la manera en que los medios de comunicación masiva suprimen la independencia subjetiva del individuo, y que una conciencia manipulada es tan ciega como obsesiva para engancharse con un tema, las verdades a medias suelen resultar nocivas. Por ventura se trata de fútbol; aunque las redes sociales no tardaron en registrar el talante fratricida de algunos colombianos, y ante la fortuita equivocación ambos jugadores debieron sobrellevar la cólera de los hinchas, en este goce colectivo que es el fútbol la malsana inclinación a la amenaza es reducida. No sucede en otros ámbitos. Según informes de la Unidad Nacional de Protección, 143.000 requerimientos de protección han sido solicitados en los últimos tres años. ¡Ay país! La amenaza por estos días se recrudece, pero, además, se concreta cruentamente amparada en la impunidad.
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