Conteniendo el aliento, millones de personas en el mundo seguimos durante más de tres días el rescate del equipo de fútbol “Los Jabalíes Salvajes” y de su entrenador, atrapados en una cueva en Tailandia desde el 23 de junio. La milimétrica operación de salvamento, en la que participaron más de mil expertos, acaparó la atención de los más importantes medios de comunicación que no ahorraron esfuerzos para mantener a sus audiencias conectadas.

No era para menos, la vida de estos niños estaba en juego. Su supervivencia dependía de la habilidad y del heroísmo de los buzos que nadaban 11 horas diarias hasta la “playa”, donde los menores y su monitor se habían refugiado.

De los niños hambrientos, aislados por el agua, llenos de incertidumbre y aun así sonriendo en lo profundo de la gruta, hablamos durante días: eran el retrato de la extrema vulnerabilidad.

Tailandia se convirtió en el foco del mundo gracias a la mayor operación de rescate de su historia. Todos celebramos y aun estando a miles de kilómetros, nos sentimos parte de esta gesta que nos reconcilió con una humanidad solidaria y comprometida.

Qué vigente está hoy la teoría de la “aldea global” que lanzó hace 50 años el visionario de las comunicaciones, Marshall McLuhan, y es que es un hecho que la movilización global resulta mucho más efectiva cuando hay una cámara encendida. Lástima que no sea siempre así.

En el mundo hay guerras olvidadas con millones de personas sufriendo y no nos enteramos. En Yemen, país sumido en una guerra absurda –porque todas lo son– muere un niño cada 10 minutos por causas asociadas a la desnutrición, la diarrea e infecciones respiratorias. Sí, 144 niños fallecen cada día y 11 millones de menores de edad, según Unicef, necesitan ayuda humanitaria.

¿O qué tal Siria, que lleva siete años en una guerra sin fin que ha dejado más de 500.000 muertos? Tantas veces se ha hablado de los crímenes contra la humanidad que allí se cometen que el tema se convirtió en paisaje. Para nosotros claro, porque para los 6 millones de desplazados internos y los 5,5 millones de refugiados que malviven en países vecinos su vida es traumática. No conocemos la suerte de 5,3 millones de menores sirios que necesitan ayuda humanitaria porque no los vemos.

¿Usted se acuerda de las niñas secuestradas por Boko Haram en Nigeria, los miles de pequeños refugiados rohingya en Bangladesh o los niños que mueren ahogados en el Mediterráneo? Millones de historias de infancias robadas que no nos cuentan con los detalles que tuvimos del caso de Tailandia.

No maten al mensajero, los medios no tenemos toda la responsabilidad en la indiferencia que hoy hace carrera en el mundo. Por mí, que se enciendan las cámaras, que las coberturas informativas se extiendan a donde sean requeridas para contar el sufrimiento de los vulnerables. Pero sobre todo, que la sociedad defienda, en tiempos indolentes, el valor de la solidaridad global como la mejor arma para derribar muros, parar guerras y tumbar dictadores.

@ErikaFontalvo