Gran parte del mundo se sintió padre o madre de los niños tailandeses que habían quedado atrapados en una caverna que las aguas volvieron inaccesible. Casi nadie conocía sus rostros, ni sus nombres, solo se sabía que eran niños y eso bastó para que el mundo siguiera a través de las noticias su aventura y suspirara aliviado cuando los supo sanos y salvos.

Fue una crisis que puso de manifiesto el potencial de solidaridad y de compasión que existe entre los humanos.

Al comprobar ese efecto de una crisis fue posible hacer el mismo ejercicio con otros casos críticos de hoy y redescubrir que, en cada crisis, está latente una oportunidad.

Vecina y activada todos los días está la crisis venezolana. La presencia de estos vecinos migrantes en las ciudades colombianas se convierte en una oportunidad de tolerancia, hospitalidad y solidaridad; y así como entre nosotros está sucediendo en el mundo, cuestionado e interpelado por la creciente ola de migrantes que huyen de la miseria o de la persecución. De esa crisis de los migrantes debe salir una sociedad más abierta y fraternal, y menos encerrada en sus anacrónicos nacionalismos y en sus pequeños intereses individuales.

Al mismo tiempo, casos como el de la dictadura venezolana y la de Nicaragua están revelando, por contraste, las bondades y exigencias de la democracia. El padecimiento de venezolanos y nicaragüenses bajo regímenes dictatoriales hace ver que es necesaria la defensa de los valores democráticos en la vida de las demás naciones.

Es una crisis sangrienta la que notifican en Colombia las noticias diarias de asesinatos de líderes sociales que, a su vez, han vuelto la mirada de los colombianos hacia las regiones y han incluido en la agenda nacional la protección de estos servidores y guías de las comunidades. Ha sido, además, una alerta sobre el peligro que representan las actividades ilegales del narcotráfico y la minería y los intereses locales fuera de control.

Hechos como el incumplimiento de lo prometido a las bases de las Farc para su desmovilización, o la expectativa que crean las reformas que el gobierno Duque ha anunciado, o el accidentado comienzo de la JEP, entre muchos elementos negativos, ofrecen oportunidades como la de entender y hacer entender que la paz no puede dejarse en manos de los políticos, o que el aparato burocrático del Estado se ha convertido en una amenaza para el bien público.

Las crisis no solo son el resultado del encadenamiento de errores y de vicios; también muestran los límites y carencias de los humanos y de sus instituciones. Aceptarlos, para abrir otros caminos y ensayar otras formas de acción, es la reacción inteligente y creativa que transforma una crisis en oportunidad.

Si a cada crisis se respondiera con una búsqueda de las oportunidades que allí se crean, el desarrollo de la sociedad no se detendría, porque en vez del pesimismo destructor se impondría como guía de la historia común, la fe en lo posible, que es el otro nombre de la esperanza.

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