Hay un tema que no han tomado en serio los alcaldes de Barranquilla y el área metropolitana. Es, quizás, el más alarmante: la informalidad. Según el DANE, llega al 57,2%. De 907 mil personas que laboran, 519 mil son informales y 388 mil formales. Superamos el promedio nacional que es del 47,4%. “Mientras el país avanza en disminuir la tasa de informalidad, la ciudad no logra cambios en la materia”, dice Kelina Puche, directora de Fundesarrollo.
Hace 11 años, Barranquilla y su área circunvecina están estancadas en informalidad. Del 57,4% solo han pasado al 57,2%. En reducción de pobreza hay progresos en Barranquilla, pero inciden, como un peso muerto, Soledad y Malambo. A esta elevada informalidad –que implica bajos ingresos, vulnerabilidad social y deficientes capacidades educativas y laborales– hay que sumar la economía del narcotráfico que se mueve en los circuitos subterráneos e ilegales.
Barranquilla se inscribe en la realidad de una América Latina que en 2017 había superado, en informalidad, al África subsahariana. Se calcula que más de 130 millones de latinoamericanos laboran en la informalidad, siendo Costa Rica, Uruguay y Brasil los menos informales, y los más informales Guatemala, Honduras y El Salvador. Colombia está en el centro de esa tabla deshonrosa.
Desde luego, la superación de la informalidad es un asunto de legislación laboral que no depende de los alcaldes. Sin embargo, estos pueden avanzar en su mitigación (en el marco y en la perspectiva del ‘Plan de Acción Regional para la implementación de la Nueva Agenda Urbana en América Latina y el Caribe 2016 -2036’, que trazó la Cepal), diseñando y ejecutando políticas públicas que apunten a un proceso de urbanización que garantice ciudades inclusivas, seguras, sostenibles y resilientes al cambio climático.
Esto supone una Barranquilla mejor planificada y mejor gerenciada, sin desconocer las realizaciones de las últimas administraciones distritales. La Cepal es clara: el desafío hoy de la gerencia pública en cualquier ciudad de América Latina (y Barranquilla no puede ser la excepción) se resume en tres ejes estratégicos: mejorar la calidad de vida, cerrar las brechas de la desigualdad y lograr la sostenibilidad.
En este contexto, un reto aplazado de la ciudad es la formalización de los vendedores estacionarios que por miles invaden el espacio público. Una tarea insoslayable del próximo alcalde es calcular (ya hay algunas estimaciones al respecto) el costo de reubicación de estos vendedores en lugares adecuados, asegurándoles también capacitación y acceso crediticio. Tenemos que incrementar, claro está, las inversiones en educación, cultura, deporte, salud, transporte y vivienda, en un marco de participación, concertación y transparencia. Un superior impulso a los sectores citados ayudará a que Barranquilla disminuya la informalidad.
@HoracioBrieva