Dice Plutarco que es más fácil prever el destino que guardarse de él. Y sin duda la fatalidad es protagonista principal en Crónica de una muerte anunciada. Poco antes del asesinato, Pablo Vicario le dijo a su hermano Pedro: “Esto no tiene remedio: es como si ya nos hubiera sucedido”. A Plutarco de seguro le habría encantado esa referencia de García Márquez a “una mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita desde siempre”.

Mucha gente sabía que ese día iban a matar a César, algunos trataron de avisarle. Artemidoro incluso le entregó un papelito donde le explicaba todo el complot. “César lo cogió, pero la muchedumbre que le salía al paso le impidió leerlo, por más que lo intentó repetidas veces, y entró en el Senado llevándolo en la mano”.

Alguien metió por debajo de la puerta un papel “en el cual le avisaban a Santiago Nasar que lo estaban esperando para matarlo, y le revelaban además el lugar y los motivos, y otros detalles muy precisos de la confabulación. El mensaje estaba en el suelo cuando Santiago Nasar salió de su casa, pero él no lo vio”.

A la entrada del Senado, Julio César vio a Spurinna y se burló: ya habían llegado los idus de marzo y nada había sucedido. El advino replicó que ya habían llegado, sí, “pero no habían pasado aún”.

“Recibió veintitrés heridas, y solo a la primera lanzó un gemido”. Parecido a Santiago Nasar, quien “después de la tercera cuchillada, soltó un quejido de becerro”, pero con las otras “no volvió a gritar –dijo Pedro Vicario al instructor–. Al contrario: me pareció que se estaba riendo”.

A Julio César lo recogieron del suelo y se lo llevaron muerto tres esclavos a su casa “colocado sobre una litera, con un brazo colgando”. A Bayardo San Román, “postrado por el alcohol”, se lo llevaron en una hamaca: “costaba creer que lo llevaran vivo, porque el brazo derecho le iba arrastrando por el suelo”.

Ahora bien, García Márquez fue un genio de las letras, pero no de los números, y contar raro con los dedos casi que fue un sello de coquetería propio de su obra: si contamos con cuidado las puñaladas a Santiago Nasar, en realidad no fueron 23, sino 24… Pero, como diría el mismo Gabo en el susodicho artículo ante una imprecisión similar de Thornton Wilder: “un escritor grande no podía detenerse en esas menudencias racionalistas”.

García Márquez parece que no, pero sí. Sin embargo, lo cierto es que tiene el paladar bien fino para distinguir y aprender lo mejor de los mejores autores clásicos. ¿Qué frase más garciamarquiana que esta de Suetonio refiriéndose a los asesinos?: “Casi ninguno le sobrevivió más de tres años ni murió de muerte natural (…). Algunos se dieron muerte a sí mismos con el mismo puñal que habían utilizado para agredir a César”.

A su vez, pocas le habrían gustado tanto a Suetonio como la de la escena final de la novela, cuando Wenefrida Márquez lo ve arrastrándose para entrar por la puerta trasera:

“–¡Santiago, hijo –le gritó–, qué te pasa!

Santiago Nasar la reconoció.

–Que me mataron, niña Wene– dijo”.