Ellos creen que criticar es fácil, pero están equivocados. Si me permiten la interpelación, es lo más complicado.
Porque uno puede tener una idea, que en esencia significa que estamos convencidos de lo que pensamos; de ahí en adelante tenemos que convencer a otros.
El concepto puede ser el más absurdo. Le pasó probablemente a Galileo, en un mundo cuadriculado, cuando defendía que la tierra era redonda. Pero hay que probarla.
Por eso, los maestros de la argumentación recomiendan, primero, buscar evidencias contundentes y, cuando estén, respaldarlas con fuentes confiables.
Como al final se trata de nuestra experiencia de observador, una vez tengamos una postura concluyente, debemos aclarar al interlocutor que, aunque rigurosa, esta es solo nuestra noción de las cosas.
Si no procedemos así le demos fuerza a lo que solemos criticar.
Eso es –ni más ni menos– lo qué pasa en Barranquilla.
Mientras los críticos lanzan ráfagas constantes sobre la dirigencia local, lo que la ciudad ve es una camada de dirigentes que lideran notables procesos de transformación que impactan favorablemente la vida de todos. Inclusive la de ellos.
Como víboras que se enroscan para soltar el veneno en el momento menos esperado, andan siempre a la caza de lo malo y se enseñan hasta con la gorra del mandatario.
A mi juicio les falta ciudad, la misma que, por ejemplo, sobra a los sujetos de su crítica.
Ojalá fueran líderes como ellos, es decir, caminen Barranquilla, se ensucien de barro y sientan la angustia de la gente; pero no, prefieren gobernar desde redes sociales, oficinas técnicas emergentes o sillas burocráticas de diplomacia pasajera.
Su argumento es que se marginan porque creen que la ciudad tiene dueños.
Mientras tanto, los criticados canalizan los arroyos que habían vencido a todas las inteligencias, nos llenan de parques que estaban tomados por la delincuencia, nos construyen colegios que nos convierten en modelo nacional, nos traen las industrias que generan el empleo.
Miren no más lo que ha sido Barranquilla en estos días. Observen, así sea en la distancia, el ambiente que nos regalaron los mejores Juegos Centroamericanos y del Caribe de toda la historia. Deténganse en el orgullo que proyectaba el corazón de cada barranquillero cuando iba a uno de los escenarios deportivos que construyeron para la justas.
Eso se llama empoderamiento, es decir, la capacidad de la comunidad para apropiarse de su ciudad.
Yo creo, pues, en los líderes que producen esos sentimientos magníficos y los proyectan en el tiempo. No en los que se niegan a ellos.
Creo en los que estudian la ciudad, en los que se han preparado para gobernarla, en los que tienen trayectoria en la administración pública, en los que han proyectado buena parte de lo que ha ocurrido en Barranquilla en estos 10 años. Creo, hoy, en los aportes monumentales de Alejandro Char y, mañana, en líderes indiscutibles como Jaime Pumarejo Heins.
@AlbertoMtinezM