Te voy a explicar:
una columna de opinión es, en esencia, un espacio en el que el autor da su punto de vista sobre un tema determinado. Por lo general aparece en la página o la sección editorial del medio.
Cuando se trata de un periódico, está en el segundo cuadernillo, para que el lector aterrice ahí después de hacer primero un recorrido por los contenidos informativos.
Su función, entonces, es de orientación.
En esa misión no está sola. A su lado hay pares que tienen el mismo propósito de comentar la realidad.
En cualquier caso la pretensión es esa: manifestar una opinión para que los ciudadanos tengan una alternativa en medio de tantas.
De hecho, la política editorial de los medios se cuida de darle muchas opciones a sus públicos para que estos puedan sopesar y decidir.
Pero ningún columnista dice la verdad, entendida esta en su sentido más profundo, porque la verdad tampoco es inherente a la naturaleza del periodismo. Niklas Luhmann, el sociólogo alemán, lo dice bien: si acaso, la verdad es un bien supremo de la ciencia.
La razón es que el periodismo no es un sistema operativo dotado de herramientas para dogmatizar. Muchos menos con la codificación natural que lo gobierna. Si noticia es lo que altera el statu quo, pues el periodismo se encarga de los hechos anormales. Y la anormalidad es apenas una parte de la realidad.
Lo que hace el periodismo es distinguir entre información y no información. Y pare de contar.
El periodista que se atribuya la verosimilitud como atributo funcional, está presumiendo; si lo exige de sus colegas, comete una altanería, y si le endilga esa pretensión a quien opina, en verdad incurre en una torpeza monumental.
Si la objetividad, que desapareció de la Constitución Política que nos rige, no es compromiso de los reporteros, tampoco lo es de los columnistas. Lo que estos hacen es sumar una subjetividad –la suya– a otras del mismo tenor, con argumentos debidos. El mundo de la vida.
En tal sentido, tanto el uno como el otro tiene una postura y, quiéralo o no, siempre la defiende. Hasta la no militancia es una militancia.
Por eso el ejercicio del lector debe consistir en ojear lo que le plazca y, si le parece, aceptar que en esa postura hay una apuesta por la diferencia.
Y si no le gusta, no pasa nada. Busca lo que sí. O se forja su propio criterio. Pero no está bien crucificar a quien no piensa como él, porque las palabras del articulista tampoco son una daga que se clava en el pecho de quienes no opinan lo mismo.
Hago esta aclaración, a manera de pausa editorial, para que me entiendas lo que hasta ahora no he sido capaz de explicar o tú no has sido capaz de entender.
Ahora, también estás en tu derecho de mantener tu arrogancia y creer que todo el mundo anda enajenado porque no comulga con tus odios infinitos.
@AlbertoMtinezM