“Fraude, evasión de impuestos, malversación financiera, conspiración para robar documentos gubernamentales y exageradas exigencias económicas a sus seguidores”, son algunos de los motivos de “juicios y demandas que desde los años 60 han hecho muchos gobiernos y personas contra la iglesia de la Cienciología y sus líderes”, según la prestigiosa Enciclopedia Británica, en su edición de 1993. Hace 25 años. Y siguió sucediendo. Fue multada en Francia como banda para cometer estafas en 2009 y no es considerada en Alemania como una organización religiosa, por la “dependencia psicológica y financiera” a que esa multinacional, concebida por un tal Ron Hubbard, somete a sus seguidores. No hay excusa para no darse por enterado.

Hubbard inventó primero la Dianética, según él la ciencia de la salud mental, que explica cómo nos afectan las experiencias dolorosas y cómo liberarnos de sus efectos. Allí encontró el queso de su trampa para incautos. Y, en 1954, “para ganar dinero de verdad” creó su propia religión, la Iglesia de la Cienciología. Tomó de la Dianética una jerga que supuestamente describe el proceso de sanación y diseñó para este interminables cursos, libros y “auditaciones”, que solo Tom Cruise se puede dar el lujo de seguir pagando sin arruinarse. No es de extrañar entonces el estupor causado por la condecoración que un general de la República de Colombia haya impuesto al líder de la Cienciología y se hayan conocido los estrechos vínculos entre esta y nuestro Ejército Nacional.

¿Por qué se inundó Colombia de tantos explotadores de creencias exóticas y de toda suerte de iglesias cristianas, algunas de ellas en sus variantes más retardatarias? Gracias al Artículo 19 de nuestra Constitución, que dice: “Se garantiza la libertad de cultos. Toda persona tiene derecho a profesar libremente su religión y a difundirla en forma individual o colectiva. Todas las confesiones religiosas e iglesias son igualmente libres ante la ley”. Creer en cualquier cosa que no se pueda probar no es cuestión de conocimiento, ni de raciocinio, sino un acto exclusivo de la voluntad. Una vez que renunciamos al método científico es inevitable que puedas creer lo que sea, por absurdo que parezca. De ahí el vacío entre ciencia y religión que la Cienciología pretende salvar con su engañoso nombre. Lo que sería evitable es tanto pastorcito inescrupuloso si elimináramos del Artículo 19 el aparte que reza: “…y a difundirla en forma individual y colectiva”. El problema no es la libertad de cultos, ni la tolerancia e igualdad entre las religiones, sino la laxitud para el proselitismo religioso. Singapur es considerado el país más diverso del mundo en sus religiones y de mayor armonía entre ellas, luego de graves conflictos en los años 50 y 60 del siglo pasado. Ello se logró en parte limitando discusiones y manifestaciones públicas sobre temas religiosos. La religión debería ser un asunto personal, su proselitismo un asunto familiar y siempre mantenerse a raya de la política.

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