Mingueo está ubicado en un punto estratégico de La Guajira, cerca de Riohacha y pegado a una zona semimontañosa, cuyos suelos resultaron muy aptos para el cultivo de la marihuana. Desde mediados de los 70, y durante una década, esa pequeña población fue uno de los grandes centros de acopio de cannabis sativa.

Aunque era corregimiento, Mingueo tenía los domingos de plaza un movimiento de gran municipio. Por esos tiempos apenas comenzaba a sonar Diomedes con Cristina Isabel y La Ventana Marroncita cuando campesinos rasos, millonarios por dos días, ofrecían a buen precio quintales de la yerba a intermediarios con ojos de matones. Estos, a su vez, multiplicaban por 10 las ganancias que pagaban en cash los pilotos gringos, muchos de ellos veteranos de Vietnam.

Pero los gringos dejaron de venir en sus aeronaves cuando a uno de esos inclementes intermediarios se le dio por matarlos para quedarse con los dólares y la mercancía. En ese momento, y como mecanismo para garantizar la vida de los compradores, comenzó el lavado de dinero, lo cual dificultó el manejo del turbio negocio.

A esos intermediarios los apodaban los “culopuyuos” por la forma como sobresalía de la parte trasera del pantalón la cacha de su pistolón profundo. Se movilizaban en camionetas Rangers XLT y era usual verlos gastar a montones en la Terraza Marina de Riohacha. Fue una década loca, turbia, criminal y suntuosa. Produjo una burbuja en muchos sectores de la economía, particularmente en Barranquilla, en donde marimberos compraban con muebles y adornos incluidos grandes mansiones de la alta sociedad local. Tanto fue el auge que al barrio Los Nogales le decían La Alta Guajira. Con toda esa ráfaga de dinero vino una caterva de matones que rompió los parámetros de lo que se conocía hasta el momento como criminalidad.

Todo porque la yerba se convirtió en una mina de oro al llegar las calles de Nueva York y a La Pequeña Habana de Miami. Era, en breve, la estructura química conocida como delta nueve tetra hidrocanadiol, la misma que nos enseñó en su magistral clase de Criminología el profesor Luis Felipe Velásquez en las aulas de la Libre.

Fueron los norteamericanos que habían arribado a Colombia en los 70, revestidos de Cuerpos de Paz, quienes encontraron la diabólica veta del negocio, tal cual lo cuenta por estos días la película Pájaros de Verano, de Ciro Guerra y Cristina Gallego, contada en wayuunaiki y con escenas que rememoran el rito del segundo velorio y alimentan la memoria.

Fue esa época bautizada como “La Bonanza Marimbera”, una de las tantas que ha tenido La Guajira. Fue fugaz y sangrienta, basada en la economía agrícola. Durante esos años el gobierno abrió la denominada ‘Ventanilla Siniestra’, con dólares a tutiplén que dieron lugar a un vertiginoso flujo de circulante, pero también conllevó al karma como resultado del delito. Vino entonces el estigma sobre las buenas gentes de la península. La película lo cuenta, fantasiosa, novelesca, como de mentira, pero todo es verdad.

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