Confieso que yo estaba entre quienes no le ponía a la Consulta Anticorrupción más de 6 millones de votos. Basaba mi pesimista pronóstico en que veía muy fría a Barranquilla. No percibía el entusiasmo de la elección presidencial. La campaña no tenía un peso y dependió de unos activistas heroicos que se la echaron al hombro. Claudia López, la principal promotora de la iniciativa, estuvo acá tan solo unas horas. Gustavo Petro no desplegó un gran protagonismo. No recorrió la Costa Caribe. El alcalde Alejandro Char tampoco se metió en el cuento.

El resultado, sin embargo, fue sorprendente. Barranquilla y el Atlántico no alcanzaron el umbral, pero la votación fue buena: casi la misma de Petro en la segunda vuelta. Sería impreciso decir, desde luego, que quienes sufragaron el domingo fueron los mismos que apoyaron al excandidato de la Colombia Humana. De todos modos, unos 259 mil votos en Barranquilla y unos 442 mil votos en el Atlántico, el 99% por el Sí, indican que estamos frente a una ciudadanía políticamente incidente que fue a las urnas solo animada por su conciencia, a pesar de la lluvia que desalentó un tanto la jornada y pareció invocada por los ‘chamanes’ de la corrupción. De hecho, yo llegué empapado a mi puesto del Colegio Colón.
Lo importante de aquí en adelante es que la ciudad se muestre más participativa y beligerante en la lucha contra la corrupción.

Un eje transversal de la Barranquilla futura tiene que ser la ética pública. Y pasa por la calidad moral de los servidores distritales. Claro que, primero, hay que derrotar este inaceptable antivalor: “No importa que roben, lo que importa es que hagan”. ¡No, señores! Hay que desterrar de la Administración Pública la cultura del aprovechamiento del ‘cuarto de hora’, que es usar los cargos como si fuesen de propiedad personal.

Los aumentos patrimoniales de los servidores públicos deben corresponderse estrictamente con sus salarios o sustentarse en actividades económicas privadas anteriores al desempeño del puesto. No es admisible que haya funcionarios que ingresen a la Alcaldía con una mano adelante y otra atrás y al cabo de un tiempo exhiban costosas propiedades y lujosos vehículos de alta gama. O cuentas en moneda extranjera en otros países. Esa vaina no la podemos seguir permitiendo. Todo el que quiera ser multimillonario tiene, claro está, el legítimo derecho a serlo si es el resultado de su esfuerzo empresarial o profesional. No el producto de meterle la uña a la plata de la ciudad.

El rasgo distintivo de un funcionario debe ser el respeto a los dineros públicos. Los cuales rendirán y se traducirán en más inversiones si no se los roban. El expresidente uruguayo Pepe Mujica dice que quien quiera ser rico que se dedique a la industria o al comercio. No a la política, cuya esencia es servir desinteresadamente a la gente.

@HoracioBrieva