El fenómeno es mundial. Hay ciudades como Roma o El Cairo en donde prácticamente todos los automóviles y buses están golpeados en su carrocería, quizás levemente, porque los espacios para maniobrar, especialmente para el parqueo, los hace tropezarse permanentemente. De modo que al tiempo que nos consolamos en Barranquilla pensando en este fenómeno del tránsito mundial, también podemos decir que no por ello debemos conformarnos y convertirnos en mártires eternos del sufrimiento que significa encontrar en la ciudad un espacio vacío para colocar los automotores.

Consecuencia de lo anterior es entonces que los taxis, donde la mayoría de los conductores se creen dueños absolutos de las vías, al no encontrar espacio para estacionarse lo hacen en la mitad de la calle. Y los buses se detienen en la esquina misma a recoger y dejar pasajeros. Y la carretilla con las bicicletas se nos vienen sorpresivamente en contra vía y las motos, siempre las motos, se cruzan en forma suicida cada tres segundos frente a nuestras narices.

Total, el caos absoluto. Con muy buenas acciones e intenciones del señor director de Movilidad, con buenos apoyos de los indefensos orientadores (a quienes todo el mundo insulta). Pero, ¿quién puede combatir o terminar la mala educación al conducir con características endémicas?, ¿quién puede resolver de algún modo el exceso del parque automotor creciendo cada año y ninguna vía nueva o si de pronto alguna aparece cada cincuenta años, como la Carrera 50?

Pero lo más crítico es el parqueo. Algún alcalde anterior se le dio por colocar los famosos bolardos y esta acción terminó de complicar las cosas. Hoy día, miles de conductores a diario sufren lo indecible para poder encontrar un lugar donde estacionar. La teoría en determinados barrios de la ciudad, del norte y el sur, de permitir en los antejardines de las casas el estacionamiento vehicular quedó en el limbo. Aun cuando es razonable y ayuda mucho, porque los conductores o lo realizan equivocadamente, o no lo saben hacer, o encuentran un bolardo, o sencillamente abusan. Lo importante en esta medida urbana es que se respete el andén o acera, como se les llama, al camino peatonal. Por lo demás no vemos ninguna razón para prohibir que los antejardines puedan ser utilizados, cuando los espacios lo permiten, en parqueos temporales.

Esta temática del caos y las incomodidades del tránsito automotor tiene muchas variantes más que agravan la situación, pero por falta de espacio no podemos analizarlas. No obstante, alguien neófito –como nosotros– trata de aplicar el sentido común para poder encontrar alivios colectivos a unos problemas graves igualmente colectivos. Quizás en otra columna volvamos a tratar estos temas, en especial uno que está preocupando muchísimo a la ciudadanía, ya es comentario público, repetido y permanente, que la autoridad policiva en un alto porcentaje, porque no podemos afirmar que todos los agentes procedan de esta manera, es una autoridad que está pendiente del ‘platilleo’, de cómo encontrarle la caída al desprevenido conductor para el “refresco que vendría bien con este calor”.