La Uefa acaba de entregarle al menudo y eficiente mediocampista croata, Luka Modric, el trofeo como el mejor jugador de la temporada 2017- 2018. Merecidísimo reconocimiento para el que ya fuera elegido como el mejor jugador del pasado Mundial de Rusia.
Modric posee un fútbol limpio, práctico, creativo y combativo. Es, sin duda, un jugador con esa dualidad especial que lo hace indispensable para los técnicos y aplaudido por los hinchas: aconductado para el plan de juego y creativo para la improvisación. Un volante mixto, un volante ‘ocho’ (esa nomenclatura que nos definía- nos define- sin mediar palabras, la función del volante que ataca y defiende casi en la misma cantidad y calidad).
Combina además el lujo y la laboriosidad. Posee la estética de lo simple. Toca el balón un sinnúmero de veces, lo protege hasta las últimas consecuencias, maneja los tiempos. Tiene el itinerario y el plan de vuelo del Real Madrid y de la Selección de Croacia en su cerebro creativo. Transgrede el entramado defensivo rival no sólo a través del pase, sino también con sus conducciones.
Como los mejores jugadores, su vinculación con el juego es con y sin el balón: cognitivo y motriz. En la primera es un especialista en tomar las mejores decisiones por la gran comprensión que tiene del trámite del partido (para defender y para atacar).
Y en la segunda hace de su pie derecho un exquisito aspersor con el que baña la cancha con toda clase de precisos y lujosos pases.
Modric es el fútbol con la exigencia de hoy: la excelencia técnica a favor de una mayor intensidad física. Clase y esfuerzo; frac y overol; estratega y funcionario.
Modric es todo eso al mismo tiempo. Yo creo que por sus visitas al área rival y su buen remate de media distancia debería anotar más goles.
La elección de Modric como el mejor es una suerte de reivindicación de la naturaleza primigenia del fútbol: un juego en equipo. Y él, con su inteligencia de juego y espíritu afiliativo, hace jugar mejor a sus equipos.