La intención de este discurrir intelectualoide sobre esta jerga popular no es tratar de analizar la expresión de este incómodo titular desde la alusión a un señalamiento homofóbico dirigido a quien llega de último durante una carrera.

Más bien, se trata de entender la esencia del comportamiento de la sociedad política y civil de nuestro país, la cual he querido, atrevidamente, generalizar desde la extracción semántica de una expresión popular.

Me refiero a la vergonzosa costumbre de reconocerle al individuo oportunista y aprovechador un carácter positivo de “viveza”, mientras se estigmatiza al que se apega a las reglas, siendo víctima del aprovechamiento, con el carácter de “bobeza”.

El vivo viviendo del bobo es una costumbre tan arraigada en nuestra cultura que ya se ha vuelto normal en los códigos sociales de nuestro diario vivir.

Para comprobarlo, haré un ejercicio interactivo entre autor y lector.

Los invito a repetir mentalmente el titular de esta columna al momento de finalizar cada frase.

- “Si recibes una transferencia de Nequi de un número desconocido…”

- “Si te encuentras un reloj en el lavamanos de un baño público…”

- “Si hay una interminable fila y el de adelante se descuida…”

- “Si te subes a un taxi y entre los cojines del asiento encuentras una cadena dorada…”

- “Si el cajero del supermercado se equivoca y te da vuelto de más…”

- “Si en el asiento del bus te encuentras unos audífonos caros…”

O más triste aún:

- “Si eres político y puedes adjudicarle contratos a tus amigos…”

Estos comportamientos que comprometen la moral y la ética de cada persona no deberían ser un dilema si fuésemos educados bajo principios como los que tienen otras culturas.

En Japón, por ejemplo, el civismo se aprende desde niños bajo un concepto muy sencillo: “Todo tiene un dueño”.

Las estaciones de policía dedican gran parte de su tiempo y recursos a administrar y devolver los objetos perdidos. El 70% de los celulares olvidados son regresados a sus distraídos propietarios en menos de 24 horas. Las bicicletas se dejan estacionadas en la calle sin cadena ni candado, y ahí están al regreso de sus dueños. En las estaciones de tren, cuando llueve, se disponen paraguas, los cuales son regresados al día siguiente por quienes los usan.

Si desde las escuelas y en las casas diéramos un mejor ejemplo a nuestros hijos, seguramente podríamos convertirnos en mejores ciudadanos, logrando una sociedad más justa, progresando homogéneamente, sin beneficiar a unos y perjudicar a otros. Es momento de cambiar, porque si no…