Haber tenido la fortuna de tener a mi madre a mi lado al cumplir sus cien años de vida, me ha permitido, llegar hasta lo más profundo del efecto de su amor sobre sus familiares y el resto de las personas que la conocen. La producción de ese amor tiene un origen genético, ambiental y familiar. Además, existen factores coyunturales y ocasionales que aumentan los efectos del contenido esencial del amor. La mayor parte del amor no se ve, ni se toca, sino que se siente. Las madres parecen transpirar amor, es decir, como que cada día, en un fenómeno más que fisiológico, brotaran amor por sus poros, por su aliento y por su respiración. Pero, además, por sus ojos, las madres transmiten amor, en sus manos, en su boca en sus palabras, y en general, por todo el cuerpo, despliega el verdadero amor. Aquel, que no tiene nada de resentimientos, de odios, de envidias, ni persigue ninguna recompensa.

El amor no se transmite genéticamente de la madre al hijo en el sentido clásico de la herencia genética. Aunque no existe el gen del amor, este, es un sentimiento complejo que involucra factores emocionales, sociales y culturales. Sin embargo, hay algunas teorías y descubrimientos que sugieren que, los niños pueden heredar ciertas tendencias emocionales y de comportamiento, relacionadas con el amor, a través de la epigenética, área de la genética, que estudia, cómo el entorno y las experiencias pueden influir en la expresión de los genes. Encontrándose, que cuando las madres experimentan estrés o ansiedad, durante el embarazo, pueden influir en la regulación de los genes, relacionados con el estrés en sus hijos.

También, la Neurobiología, sugiere que el amor es un proceso que involucra la liberación de neurotransmisores como la oxitocina y la dopamina. Estos neurotransmisores, pueden influir en la formación de vínculos emocionales y la respuesta al estrés.

En el concepto de modelo conductual, los niños en su crecimiento aprenden a través de la observación y de las conductas de los padres, donde aquellos que demuestran mayor amor y cuidado hacia sus hijos, pueden influir en su desarrollo emocional y social. De otro lado, en la llamada herencia temperamental, algunos estudios, sugieren que algunos rasgos de comportamiento, como la empatía o la sensibilidad, o la amabilidad, pueden tener una base genética.

Esther, ha cumplido con todas las condiciones de una gran madre, principal adjetivo de género, a lograr. Sin ella, sus hijos, no hubiéramos sido nada de lo que somos y, sus familiares y amistades, se habrían perdido de su magnánimo amor y felicidad.

Gracias mamás, por darnos tanto.