La resistencia ambientalista en Barranquilla ha ido ganando protagonismo. A veces, desde las recortadas perspectivas localistas, no alcanzamos a divisar que ésta está engarzada en las luchas mundiales animadas por las grandes preocupaciones de la humanidad derivadas de la crisis climática, que no es otra cosa que la amenaza destructora del calentamiento global del planeta.

Apenas empezamos a percatarnos de que hemos sido violentos con los ecosistemas. Hemos contaminado y seguimos contaminando el río Magdalena, la ciénaga de Mallorquín y el sistema de caños. Y un urbanismo depredador ha venido pasando su cizalla arrasadora sobre las reservas boscosas.

Pero hemos logrado objetivos muy importantes. El principal es que estos temas fundamentales han conquistado un lugar en la meditación pública. Constituye un logro, por ejemplo, que la CRA en su Plan de Acción cuatrienal se fijara la revisión y ajuste del Pomca Mallorquín 2017 (tarea para la cual acaba de escoger un consorcio). Ese Pomca, confeccionado para complacer el paladar inmobiliario del Grupo Argos, facilitó Ciudad Mallorquín con sus alturas no permitidas en VIS y sus cuestionadas disponibilidades en acueducto y alcantarillado. A la alcaldía de Puerto Colombia y a la Triple A les corresponde una alta cuota de responsabilidad en esto.

No escapa a los enjuiciamientos la alcaldía de Barranquilla que se inventó un Plan Maestro para agredir un sitio Ramsar como la ciénaga de Mallorquín con unos proyectos turísticos que no estuvieron antecedidos de la recuperación del cuerpo de agua, ni han privilegiado la concertación respetuosa con las comunidades históricamente asentadas en el territorio. En el informe técnico interdisciplinario del ministerio de Ambiente estas intervenciones no han sido diagnósticamente aplaudidas.

Es hora de que empecemos a plantearnos el desarrollo desde una perspectiva ecológicamente consecuente. A ello debe contribuir la COP16. Fuimos escogidos por este evento de las Naciones Unidas porque somos el segundo país más megadiverso del mundo. También debe influir el que hayamos adoptado el Acuerdo de Escazú, que servirá no solo para que se transparente la información ambiental, sino para que haya mayor protección a las organizaciones y liderazgos que defienden los recursos naturales.

Quienes promueven un urbanismo despreciativo de la crisis climática tienen que revisar sus visiones ecocidas pues vamos hacia un mundo donde la preservación de la naturaleza está por encima de todo. El triunfo del ambientalismo sobre los lobos tapados con el falso vestido de la biodiversidad significará muchas reyertas, pero lo lograremos.