El pasado 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental, hice un llamado de atención caricaturesco hacia la salud mental de toda la comunidad utilizando una serie de televisión llamada Chicago P.D., para resaltar la sensación de inseguridad que vivimos a diario por el inocultable nivel de violencia que se campea en Barranquilla y el Departamento del Atlántico, lo cual acarrea un impacto emocional que todos los ciudadanos vivenciamos en mayor o menor intensidad. Es un trauma psíquico colectivo.

La ciudad se ve distinta desde el consultorio del psiquiatra o del psicólogo al escuchar las historias clínicas de los pacientes, que van desde la descripción de pequeños campos de concentración que hay en muchos hogares donde el padre principalmente, pero la madre también, maltratan y abusan de sus hijos de muchas maneras, hasta escenas callejeras en las que un transeúnte es testigo accidental de un linchamiento a garrotazos por parte de los justicieros de un vecindario que atrapan a un ladrón. El paciente que me lo contó no ha podido borrar esas imágenes de su mente a pesar de todas las pastillas que toma. Se llama trastorno de estrés postraumático.

Capítulo aparte merece un fenómeno que se ve con una frecuencia impactante: no hay colegio en los cuatro puntos cardinales de la ciudad en el que no haya matoneo (bullying). He atendido chicos que prefieren orinarse que ir al baño donde 4 compañeros del salón de clases le pusieron sendos lapiceros en el cuello para copiar la tarea que no hicieron. Tengo claro que esos bullies tienen serios trastornos mentales y sus hogares son disfuncionales.

Algunos de los chicos o chicas que se suicidan o se cortan tienen una historia de maltrato psicológico, físico o sexual que se llevan a su tumba o padecen en cada corte, porque éste es un dolor que se soporta mejor que el dolor en el alma.

Estoy referenciando otro nivel de violencia diferente a las cifras que presenté en la columna anterior de fuentes autorizadas que hacían mención a violencia por sicariato, extorsión, atracos, lesiones personales, feminicidio, y un largo etcétera que azota a la ciudad.

Desde esta perspectiva es claro que tenemos muchos factores de violencia que afectan nuestra salud mental y muy pocas medidas de protección, personales, familiares, escolares o sociales. Lo que me lleva a plantearme una duda diagnóstica acerca de la salud mental de la ciudad y el Departamento. Esta forma de vivir que nos planteamos a diario en la que pareciera que no pasa nada o no nos diéramos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor, ¿es resiliencia colectiva o negación de la realidad?

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