La necesidad de ser reconocidos es una preocupación de los gobiernos locales, departamentales y nacionales aparecer como los mejores del país es una competencia que está generando tendencia.

Medir la popularidad es una tarea fundamental que alimenta el “ego” del gobernante. El método para realizar las encuestas que evalúan los niveles de satisfacción de los gobernados es desconocido para la mayoría de los ciudadanos; nunca he sido tenido en cuenta para una encuesta de este tipo. Tampoco tengo conocimiento de cómo funcionan ni quién las financia. Lo único que sé es que, en periodos cortos, tal vez mensuales, se realizan estas encuestas a nivel regional y nacional para obtener el podio con el mejor gobernante.

Para obtener los primeros lugares en las encuestas que miden la aceptación o popularidad de los gobernantes es necesaria una campaña mediática de visualización a través de todas las redes sociales, lo cual implica el registro de cada suspiro y cada paso de cada obra pública, de cada promesa por cumplir, de cada peso gastado, de cada plato de comida regalado, montado en bus, en moto y hasta en burro con tal de que los vean, los aplaudan y sean los primeros en las encuestas del mes entrante.

Objetivamente, ser reconocido como el mejor alcalde, gobernador no debería considerarse una situación excepcional que deba ser resaltada. Al postular su candidatura y ser elegido por el pueblo, no elegimos a un gobernante para que sea malo. Es una obligación, un reto y un compromiso moral, ético y social, además de un desafío personal, ser el mejor en el desempeño del cargo, el premio no es ocupar el primer lugar en una encuesta, el premio es que el pueblo le dé continuidad y asegure una carrera política y una fidelidad en sus electores.

No deberían ser las encuestas las que impongan quién es el mejor gobernante; deberían ser los hechos, las acciones, las soluciones, el tiempo y las decisiones en pro del bienestar y el mejoramiento de la calidad de vida de los gobernados.

Si las encuestas verdaderamente tuvieran una función social que permitiera reconocer el desempeño de los gobernantes, deberían dedicarse a medir los problemas de cada ciudad y región, así como informar sobre las necesidades básicas en relación con la seguridad, la pobreza y la prestación de los servicios públicos de manera eficiente, oportuna y a precios justos.

En lugar de estar midiendo la popularidad de quien fue elegido para ser el mejor gobernante.

Me cuesta trabajo creer que, mediante el voto popular, se elija a alguien para que sea un pésimo gestor, pero como la realidad supera la ficción y suele ocurrir, sigamos prestando atención a las encuestas que miden erróneamente la aceptación y la popularidad de quienes fueron elegidos para gobernar.

Ser popular y ocupar el primer lugar en un escenario donde el pueblo se tranquiliza con circo y pan, con fútbol y subsidios, mientras se sumerge en un laberinto de miseria y pobreza. Menos encuestas, menos medios y más atención a las verdaderas necesidades de los ciudadanos.