El 7 de octubre pasado se cumplió un año del ataque del grupo armado Hamás a Israel, que cobró la vida de 1200 personas e inflamó las tensiones en la franja de Gaza, región localizada entre Israel, la península del Sinaí (Egipto) y el mar Mediterráneo, que ha sido escenario de bloqueos y hostigamientos durante muchos años por la pugna territorial histórica que allí se libra.

Las represalias israelíes no se hicieron esperar, no solamente con la recuperación del área fronteriza atacada sino con una declaratoria de guerra total, cuyas acciones iniciaron con bombardeos aéreos letales y continúan hasta la fecha con ataques sobre escuelas, centros de salud, unidades residenciales e, inclusive, refugios.

El saldo nefasto de víctimas alcanza los 41.870 muertos, incluidos 17.000 niños, al igual que más de 96.000 heridos, además del permanente desplazamiento interno de la población en la zona del conflicto, que trata de esquivar las agresiones y protegerse de la destrucción de edificaciones. La respuesta a la agresión fue con los más abominables crímenes de guerra: toda una población sitiada, asediada por las bombas, cercada por el hambre y la falta de suministros en general, lo que es considerado un verdadero desastre humanitario. Incluso, el conflicto ha sufrido un escalamiento que ya toca al grupo armado Hezbolá y a Irán.

Distintas voces de la comunidad internacional han censurado estas acciones violentas, sobre todo por la gran afectación de poblaciones vulnerables como los niños que han quedado en medio de la guerra, como la del presidente de Chile, Gabriel Boric, en la 79° Asamblea General de la ONU, quien dijo que “me niego a elegir entre el terrorismo de Hamás o la masacre y conducta genocida del Israel de Netanyahu. No tenemos por qué elegir entre barbaries, yo elijo la humanidad”.

Así mismo, está en curso una denuncia contra Israel por “genocidio” en Gaza, presentada por Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y, en lugar de que se hayan adoptado las medidas ordenadas como el cese de las operaciones militares, el conflicto se ha recrudecido.

Lejos de vislumbrarse el levantamiento de las banderas blancas, el primer aniversario de guerra ha estado matizado por anuncios de parte y parte de continuar la defensa de sus posiciones con mayor severidad.

Cuando las diferencias se resuelven a través de la violencia, el resultado natural es más violencia y la generación de odios más profundos y arraigados, generalmente, insalvables en varias generaciones, convirtiéndose en un círculo vicioso de guerra.