Cuando se habla de Heraclio Fernández Sandoval, cada persona lo recuerda de una manera distinta. Algunos piensan en el político brillante que fue gobernador y congresista, siempre con Boyacá en el corazón, o en su trabajo como diplomático en Costa Rica. Muchos lo recuerdan como el alcalde de su Tunja del alma, liderando con un sentido de responsabilidad y amor por su tierra.
Otros lo recuerdan por su faceta de columnista, escribiendo para Boyacá Siete Días o como corresponsal de El Tiempo, o quizás otros también lo recuerden como un jurista brillante, miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia y la Academia Hispanoamericana de Ciencias y Letras. También fue miembro de honor del Colegio de Abogados Penalistas de Bogotá y Cundinamarca, un hombre que vivía y respiraba derecho. Como profesor y orador, impactó a generaciones, dejando huella en cada aula o escenario en el que se paraba.
Yo lo recordaré por todo eso, pero más allá de todos esos títulos y cargos que supo llevar con tanta dedicación, a mí me queda un recuerdo mucho más personal. Lo recordaré siempre como un padre dedicado a sus hijos: Gabriel y Ulises, dos profesionales sobresalientes que han sabido continuar su legado, algo nada fácil cuando vienes de una figura como Heraclio. Sin embargo, han demostrado estar a la altura, honrando lo que su padre les dejó.
Y, por supuesto, lo recordaré también por su amistad sincera. Heraclio fue un gran amigo de mi padre y alguien con quien compartimos horas de charlas interminables. Hablábamos de todo: el país, del mundo, de la vida misma. En esas conversaciones, se revelaba no solo el hombre de leyes y política, sino una persona con un conocimiento profundo de las cosas.
Heraclio Fernández Sandoval no fue solo un hombre de logros públicos. Fue, sobre todo, un ser humano cercano, alguien que dejó huella en cada rincón donde pasó, ya fuera en un despacho, en una clase o en una simple tertulia entre amigos. Su legado sigue vivo, y quienes lo conocimos lo llevamos en el corazón.
La pérdida de Heraclio Fernández Sandoval nos deja a todos un vacío profundo, pero su legado está lejos de desvanecerse. Sus enseñanzas, sus contribuciones y, sobre todo, sus valores, seguirán presentes en quienes tuvimos el honor de conocerlo y aprender de él y también servirá como referente para las nuevas generaciones. Recordarlo es no solo un deber, sino una forma de mantener viva la esencia de quien fue un verdadero hombre de bien, un amigo leal y un padre ejemplar.