Tras más de una década escribiendo en este espacio semanal, debo hacer un esfuerzo consciente para evitar la repetición. En ocasiones ese propósito resulta complejo, sobre todo porque hay asuntos irresueltos cuya persistencia afecta la cotidianeidad de todos. Centrarse en pocos temas puede aburrir. Sin embargo, hoy debo acudir a la paciencia de los lectores y subrayar nuevamente la improcedencia que supone la publicación para comentarios de una resolución que pretende, nuevamente, desincentivar el consumo excesivo de agua a nivel nacional. Lo malo no es la idea general del acto, sino que no hace una distinción de las particularidades geográficas de cada ciudad. El único criterio distintivo del proyecto de resolución es la altura sobre el nivel del mar de las poblaciones, y eso no es suficiente.
Para decirlo con claridad: en Barranquilla no tenemos una amenaza importante para el suministro de agua potable. Nuestro acueducto se nutre del río Magdalena y no de un reservorio con cantidades limitadas del líquido. Las cifras son contundentes: el río, a pesar de que hoy está con niveles bajos, tiene un caudal de 2 000 m³ por segundo y el acueducto consume 8 m³, menos del 1 %. Además, el agua que no usamos estará en minutos en el mar Caribe, es decir, no ponemos en riesgo a ninguna población, ni a ningún sistema vital con nuestras acciones. Claro, si el río Magdalena se seca viviríamos una tragedia definitiva, pero ese es un escenario apocalíptico, que, además, no se evitaría con una multa.
Persistir en la idea de un castigo al consumo de agua para nuestra ciudad es equivalente a creer que remover una piedrecilla de una gran montaña va a alterar su altura. El caudal del río es tan vasto que lo que le quitamos es prácticamente imperceptible. Es incómodo afirmarlo, sobre todo frente a otras zonas que sí pasan por serios problemas, pero ciertamente Barranquilla tiene la posibilidad de consumir toda el agua que necesite. Eso sí, se deberá estar atentos a los cambios en el comportamiento del río, que pueden suponer desafíos para los mecanismos de captación, un asunto que desde Triple A parecen estar siguiendo con cuidado.
Lo anterior no quiere decir que sea prudente despilfarrar agua, desde luego la cultura del ahorro siempre será recomendable y deberá estimularse. Eso no se debe descuidar. Pero es innegable que, como ventaja comparativa, Barranquilla puede ofrecer una gran confianza en el suministro de agua potable a sus ciudadanos, una condición que empieza a ser cada vez más apetecible y que quizá logre marcar diferencias notables antes de lo que pensábamos. A menos de que nos quiten esa ventaja desde un escritorio en el interior del país.