Esta semana, el club de los centralistas recibió un golpe directo al corazón. La posibilidad de aumentar los recursos del SGP girados directamente a los entes territoriales está más cerca que nunca. Si el proyecto supera los dos debates que faltan en la Cámara y se convierte en ley, Gustavo Petro pasará a la historia por lograr un cambio estructural profundo en el poder central.

La realidad actual es alarmante: más de 300 municipios están en quiebra, y lo peor es ver a los gobernantes locales gastando tiempo y recursos viajando a Bogotá para mendigar soluciones, como si Colombia no fuera la suma de todas sus regiones. Es hora de que el Estado deje de ser el “papá” que decide a la distancia, y que las regiones tomen las riendas de su propio destino.

Si el proyecto avanza, se rompería esa cadena de decisiones frías desde un escritorio capitalino, sin empatía por las realidades locales. Se rompería ese poder casi monárquico del presidente, donde todo el país le rinde pleitesía. En su lugar, se construirá país desde las regiones, uniendo voluntades en una visión colectiva de lo que Colombia debe ser.

Al leer en la prensa la narrativa centralista, se nota un temor infundado de que esta medida llevaría al país a la quiebra, insinuando que se necesitarán tres reformas tributarias al año para financiarla. Nada más falso que esto, porque lo único que cambia es quien ejecuta los recursos, lo que antes se gastaba el nivel central en ciertos proyectos, ahora será asumido por el nivel local; esa es la ley de competencias. Estoy convencido que responsabilidades como, por ejemplo, la construcción de escuelas, hoy centralizadas en los ministerios, serán mejor gestionadas por quienes conocen las necesidades del territorio.

Otro argumento en contra del tema es el temor a la corrupción, con algunos afirmando que si el dinero lo manejan las regiones, esta se multiplicará; como si casos como el de la UNGR u Odebrecht no fueran una demostración que la corrupción está en todos lados. Si este es el verdadero miedo, en vez de buscar excusas, se debería concentrar en que sean los entes de control nacionales, como la Contraloría General, quienes supervisen este sistema de transferencias. Y si algún territorio no cumple, pierde las competencias; como cuando un padre confía a su hijo el negocio familiar y le da autonomía, pero si el hijo es irresponsable, pierde esa confianza y el control vuelve al padre.

La rosca centralista está contra las cuerdas. Si Petro consigue este objetivo, será recordado como el líder que devolvió el poder a las regiones y, en última instancia, al pueblo. Este es el proyecto que rompe la rueda, el que verdaderamente cambia el juego. Porque, a partir de ahora, cuando se hable de educación, salud o infraestructura, ya no habrá excusas: los territorios tendrán la responsabilidad y el poder para gestionar su propio desarrollo. Si Petro lo logra, habrá transformado el país de manera profunda. Nos guste o no, este sería un logro digno de reconocimiento.