Hace unos años, mi auto se quedó sin gasolina en mitad de una autopista, y, sin más opción, tuve que empujarlo hasta la orilla de la carretera. Mientras lo hacía, una mujer que no conocía se detuvo, bajó la ventana y, sin pensarlo, ofreció ayudarme. Antes de irse, me sonrió y dijo: “Hoy te tocó a ti. Mañana será por mí”. Aquella frase se quedó conmigo. No había pedido nada a cambio, ni siquiera un gracias. Simplemente, ayudó y siguió su camino.
Esa experiencia me hizo reflexionar sobre lo simple pero poderoso que es un favor. No siempre viene con aplausos ni recompensas inmediatas, pero deja una huella. Los favores funcionan como un hilo invisible que conecta personas y situaciones en el tiempo. La magia está en que nunca sabemos cuándo, ni de quién, regresará esa ayuda. Un favor genuino, hecho sin expectativas, tiene la capacidad de encontrar el momento justo para devolverse, aunque pasen años y aunque no venga de la misma persona.
La bondad es contagiosa. Cuando alguien recibe un favor, suele quedar con el impulso de devolverlo, ya sea a quien lo ayudó o a alguien más. Así se forma una cadena silenciosa que, poco a poco, transforma las interacciones humanas. Lo curioso es que, aunque creamos que lo que damos se pierde en el vacío, la vida tiene una forma misteriosa de equilibrar las cosas. Tarde o temprano, lo que dimos sin esperar nada a cambio regresa, en el momento más necesario.
El problema es que vivimos en un mundo obsesionado con resultados inmediatos. “¿Qué gano yo?” se ha convertido en la pregunta del siglo. Y esa mentalidad corta de raíz muchas oportunidades de generar conexiones genuinas. No se trata de acumular favores esperando una recompensa. Se trata de confiar en que, al sembrar actos de bondad, estamos aportando a algo más grande que nosotros. Si ves a alguien que necesita tu ayuda y tienes la capacidad de dársela sin infringir la ley ni comprometer tus valores, hazlo. La vida se encargará de lo demás.
Nuestra sociedad necesita más desprendimiento, más actos generosos sin condiciones. Si cada uno hiciera un favor al día, sin pensar en lo que recibirá a cambio, las dinámicas cambiarían. Las cadenas de favores empezarían a entrelazarse y, de manera sutil pero efectiva, transformarían la forma en que vivimos.
Al final, la recompensa llega. Tal vez no hoy ni mañana, pero llegará. La bondad siempre encuentra el camino de vuelta, como aquella mujer que me ayudó aquella tarde. Porque los favores no caducan. Lo que das de corazón siempre regresa, cuando menos lo esperas y más lo necesitas.
@eortegadelrio