Gracias a la COP 16, ahora es común escuchar que Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo. Este reconocimiento se debe a que el país alberga más de 58.300 especies registradas: 32.100 animales y 26.200 plantas. De lejos, el número uno en aves, orquídeas y mariposas, el segundo en peces, reptiles y plantas, y el quinto en mamíferos.

Si bien existe la duda sobre si Indonesia nos superó desde 2022 en numero de especies, Brasil continúa siendo el indiscutible número uno. Lo triste es que a pesar de que gran parte de nuestro potencial y actual riqueza de biodiversidad se encuentra en la Amazonía, el país le da permanentemente la espalda.

En naciones como Perú o Ecuador, la Amazonía juega un papel cultural, abarcando desde la gastronomía hasta el turismo. En Colombia, a pesar de extenderse por 10 departamentos en 40 % del territorio, no forma parte de la vida cotidiana del país.

Con 1.14 millones residiendo en el Amazonas, pocos platos Amazónica se disfrutan en otras regiones, son esporádicas las noticias por fuera de lo ambiental, y el turismo es limitado. En cualquier estadística de bienestar los promedios están muy por debajo de los nacionales.

La Amazonía no solo es ignorada por el gobierno, sino que también está olvidada por la sociedad en general. Las actividades de la región reflejan la composición económica de otras zonas rurales del país: Estado, comercio, agricultura, turismo, y minería.

De los 10 departamentos con menor actividad del PIB, siete están ubicados en la Amazonía. En su periferia, actividades ilegales como el cultivo de coca, minería ilegal y deforestación son alarmantes. Cerca del 65% de la deforestación nacional ocurre en esta región, a pesar de una reducción de casi el 38% en 2023.

Aunque el esfuerzo policivo está dando resultados, se perdieron 45 mil hectáreas de bosque nativo en ese periodo. El temor que muchos tenemos es que un desarrollo con una visión del siglo XX en la Amazonía acabe con esta joya de la naturaleza. El propósito no puede ser construir carreteras para reasentar poblaciones o talar bosque para ganadería.

Sin embargo, hay inversiones necesarias en electrificación sostenible, mejora de aeropuertos, infraestructura hospitalaria y masificación de telecomunicaciones. Aunque el turismo y algunos productos forestales no maderables (acai, copoazu, entre otras) ofrecen oportunidades de desarrollo, la verdad es que la agenda de conservación global es la mayor esperanza.

Según Climate Policy, con tan solo pagar USD20 por tonelada de carbono capturada, el incentivo de la periferia amazónica de deforestar se acaba (aunque otras estimaciones son tan altas como USD75).

En otras palabras, con eso es más rentable conservar que deforestar para la ganadería o cultivo de coca. Según el WHRC, el costo de conservación en el corazón de la Amazonia podría ser tan bajo como USD3 por tonelada. Esto significaría entre USD2.4 y USD5.1 miles de millones en pagos anuales por servicios eco-sistémicos para Colombia.

Entendemos que el gobierno no cree en las soluciones ambientales ni privadas ni de mercado, pero lo que garantizaría la conservación y el bienestar sería una agenda de créditos de bonos de mercado internacionales. Desafortunadamente en Colombia esta agenda no se mueve.