La semana pasada escribí en este espacio sobre las arbitrariedades que propone un proyecto de resolución, publicado por la Comisión de Regulación de Agua Potable y Saneamiento Básico, que pretende desincentivar el consumo excesivo de agua a nivel nacional. Aunque la medida es pertinente para aquellas poblaciones cuyo suministro de agua depende de embalses o similares, resulta improcedente e inútil para Barranquilla.
Justifiqué mi postura con una certeza: el agua que no capta nuestro acueducto va a parar al mar Caribe unos minutos después, así que no hay ninguna clase de beneficio que pueda derivarse del ahorro en el consumo, al menos no desde el punto de vista que expone el proyecto de resolución. Si hay otras justificaciones, no han sido reveladas.
Sin embargo, eso no le va a importar a nadie. Un combo de burócratas, cómodamente establecidos en la Carrera 12 con 97, en medio del Chicó bogotano, determinó unos límites caprichosos y decidió que igual los barranquilleros tendremos que asumir un sobrecosto si los superamos. Sin atención a los matices ni a las realidades de cada ciudad, nos van a imponer un nuevo impuesto camuflado, que quién sabe en qué manos caerá y cómo se va a usar.
Esa insultante posición se suma a la intransigencia del Ministerio de Transporte, que continúa con su plan de cobro de valorización a los propietarios de los predios aledaños a los proyectos de vías 4G en el corredor Barranquilla - Cartagena. Desde Bogotá están calculando montos que pueden llegar a ser mucho mayores a los demandados por el impuesto predial correspondiente. Para mayor agravio, nos han contado que se trata de una prueba piloto, es decir, que es una especie de ensayo previo para luego proceder a implementarlo en otras regiones. Ignoro qué quieren probar, porque esa contribución se ha cobrado antes y creo que ya saben cómo hacerla. Pero aún si encontrásemos una rebuscada explicación, vale la pena preguntarse por qué no hicieron ese piloto en una región con mayor poder adquisitivo. Curioso, cuando menos, que hayan empezado por acá.
No suelo caer en la simplificación regional, dado que valoro el trabajo mancomunado y los esfuerzos nacionales, pero es muy fácil empezar a imaginarse un patrón: el desdén por el Caribe.
Ya pasó con los Juegos Panamericanos y con otras iniciativas regionales. Incluso ya han balbuceado desde el altiplano la intención de cambiar la sede de la selección Colombia. El asunto empieza a aburrir. Apelando al desparpajo Caribe que nos identifica, coincidirán conmigo en que, por estos días, dan ganas de mandarlos para donde ya sabemos.